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Es a mí a quien me quieren apedrear

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02 Abr

Intentemos colocarnos en la escena del evangelio de la misa de hoy. Está Jesús siempre sereno y dispuesto a darme su misericordia; están los acusadores que esconden el mismo pecado de la acusada y está la mujer encontrada en adulterio. La pena para esta mujer, la dicen los acusadores, debe morir apedreada. A los acusadores no les importa la mujer, sino tenderle una trampa a Jesús.

Cambiemos los personajes. Ahora la mujer acusada soy yo. No importa que sea hombre, soy yo esa persona acusada, me encontraron en adulterio y el adulterio es cada vez que traiciono el amor, por lo tanto, seguido caigo en adulterio. Los acusadores también soy yo, es mi interior que desde dentro me acusan, dispuestos a condenarme sin misericordia y está Jesús ante mí que caí en el lodo. Jesús me mira con cariño, escucha mis gritos, mis acusaciones y él me dice: "tranquilo, te amo". Antes tiene que hacer su trabajo con mis acusadores y lanza la frase ya conocida: "Quién se encuentre sin pecado que arroje la primera piedra". Mi interior no tiene nada que decir y se retira. Es entonces cuando Jesús me dice, que no me sienta juzgado, ni acu[1]sado y mucho menos aplastado por mi pecado de adulterio. Jesús, dice el evangelio, escribe en el suelo; no sabemos qué escribió, pero lo intuimos por el momento sagrado que está viviendo conmigo; escribió: "te amo". Él sabe que ese escrito solo lo estaba viendo yo. Luego Jesús me pregunta: "¿Nadie te acusa? ¿Ni tu interior te acusa? Nadie me acusa Jesús, tu amor me libró de todos mis acusadores.

Es el amor de Dios que, inclinado ante mi pecado, me lo entrega porque me ama, en ese momento Jesús me está redimiendo porque mi apertura a su amor es grande, por mi apertura a su cariño, a su amor, a su perdón. Mis acusadores ya no están, ahora solo está el amor misericordioso de Jesús. Estoy ante el amor de Jesús, mi pecado ya no existe, ya no habrá lapidación, me siento amado y perdonado de mis muchos adulterios, de mis muchas faltas al amor. Ahora la hiel de mi pecado ya no existe, ahora solo existe la miel del amor de Cristo, el don de su misericordia y mi apertura a su amor. Mi tarea en adelante será compartir con mis hermanos ese amor que recibí de Cristo, sin olvidar el programa que me dio Jesús: "vete y no peques más".

P. Guillermo Gándara E.

Sacerdote Paulino

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