Estamos viviendo el JUBILEO 2025: El Papa Francisco nos invita a renovar la esperanza en este Año Santo. Por ello, presentamos algunos testigos de la esperanza que nos animan en nuestro caminar.
P ara el papa Luciani, cuyo pontificado duró tan solo 33 días, hablar de esperanza significaba fijar la mirada en Dios, en quien hemos de poner la confianza. El mismo día en que nació, fue “bautizado” por la partera ante su posible muerte, ya que tenía pocas probabilidades de sobrevivir. A medida que iba creciendo, veía el esfuerzo heroico de sus padres por salir adelante y cómo su papá tenía que salir del país para encontrar trabajo en el extranjero. La misma experiencia de pasar hambre y carencias lo hizo compasivo años más tarde, ya como sacerdote y luego como obispo, al estar cerca de los pobres, de los obreros, de quienes veían peligrar sus esperanzas ante las injusticias del mundo.
Al haber dejado su hogar para ir al seminario, el pequeño Albino había sentido el llamado del Señor tan fuerte y claro que dedicó todas sus fuerzas al estudio y a la oración. Al asumir como obispo la diócesis de Belluno-Feltre, inició un fuerte trabajo pastoral. En aquellas épocas saborea el trago amargo del desfalco en su diócesis y de las imperiosas necesidades de su gente que no tenía para comer.
Al asumir el papado, mira la Iglesia con ternura, consciente de la gravedad del ministerio petrino. Hace un llamado a la paz en el mundo y hace cercano el papado con sus gestos, su sonrisa, su humildad y sus enseñanzas. Por ejemplo, en la catequesis sobre la esperanza va haciendo algunas aclaraciones sobre esta virtud, distinguiéndola del mero optimismo para encontrarnos con la virtud que nos hace recordar y anhelar la eternidad, la salvación, la misericordia de Dios. Así, en un momento cuenta una anécdota:
«Alguno quizá diga: Pero, ¿si soy un pobre pecador? Le responderé como respondí, hace muchos años, a una señora desconocida que vino a confesarse conmigo. Estaba desalentada, porque —decía— había tenido una vida moralmente borrascosa. ¿Puedo preguntarle —le dije— cuántos años tiene? —Treinta y cinco. —¡Treinta y cinco! Pero usted puede vivir todavía otros cuarenta o cincuenta años y hacer un montón de cosas buenas. Entonces, arrepentida como está, en vez de pensar en el pasado, piense en el porvenir y renueve, con la ayuda de Dios, su vida. Cité en aquella ocasión a san Francisco de Sales, que habla de “nuestras queridas imperfecciones”. Y expliqué: Dios detesta las faltas, porque son faltas. Pero, por otra parte, ama, en cierto sentido, las faltas en cuanto le dan ocasión a Él de mostrar su misericordia y a nosotros de permanecer humildes y de comprender también y compadecer las faltas del prójimo».
P. José Miguel Villaverde, ssp