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La Ascensión del Señor

18 May

Recuerdo aún cuando iba a la catequesis de primera comunión de mi pueblo y la animadora nos decía que: “…Jesús subió al cielo, para estar con Dios, pero que también está con nosotros sosteniéndonos y animándonos todos los días”. Aún sin comprender del todo, pensaba: ¿y cómo se fue Jesús y está aquí? ¿Cómo nos cuida si se fue arriba? Éstas y otras preguntas rondaban por mi mente, pero con la certeza de que Jesús estaba junto a mí, no importaba desde donde, pero estaba ahí.

La fiesta que hoy celebramos se sustenta en los escritos de Lucas (Cf. 24, 50-52, y Hch 1, 9-11), en que la Ascensión del Señor es presentada como el término de la vida terrena y formando par-te de su glorificación. Los relatos bíblicos connotan algunos detalles de lugar, tales como cerca de Betania, o elementos simbólicos como la nube, el gesto de bendecir y el mismo subir al cielo; en definitiva, lo esencial para acoger el misterio de “Ascender” es la fe. Esta fe que ha hecho de ésta y otras fiestas un collage de momentos donde la gracia y providencia de Dios se hacen presente EN y CON nosotros.

Nuestra madre Iglesia nos dice que la Ascensión del Señor nos hace vivir uno de los muchos aspectos paradójicos de nuestra vida cristiana: el corazón como centro del hombre y hábitat de Dios se ve a menudo desgarrado entre su estar en la tierra y, al mismo tiempo, tener su casa ya en los cielos. Cuando Jesús anunció, durante la última cena, su propio «éxodo», predijo que ese acontecimiento produciría tristeza en sus discípulos; más tarde la tristeza se convirtió en coraje y anuncio. De esta manera, la Ascensión del Señor se nos presenta como regreso de toda la humanidad al corazón del Padre, ─de dónde salimos todos─, un Padre que nos anima a vivir y nos sostiene desde la eternidad.

Ascendemos a Dios, cuando lo buscamos diariamente; cuando tratamos de ser mejores personas todos los días; cuando priorizamos la solidaridad antes que el egoísmo, cuando buscamos caminos de paz en nuestras relaciones y en nuestras familias. En fin, ascendemos al corazón de Dios cuando tomamos conciencia de que somos hijos de un Padre que es todo amor y ternura, y que nosotros estamos capacitados para dar esa ternura y amor del que fuimos formados y en el que todos los días somos sostenidos y animados.

Lic. Efraín F. Espinoza Carrasco

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