Dice papa Francisco: “Toda la evangelización está fundada sobre la Palabra de Dios, escuchada, meditada, vivida, celebrada y testimoniada... Es indispensable que la Palabra de Dios “sea cada vez más el corazón de toda actividad eclesial”» (EG 174).
Para favorecer el dinamismo vital de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia y de los creyentes se necesita: escuchar, animar e inspirar.
Escuchar: La Palabra requiere ante todo de la escucha. La comunidad cristiana debe ser una escuela donde se aprende a escuchar a Dios en la creación, en la historia, en la realidad, en los demás y, plenamente, en Jesucristo. A partir de la escucha se aprende a dialogar, suscitando respuestas de fe. El ejercicio de la lectura orante (lectio Divina) es clave para formar al creyente en el discernimiento de la propia vida como historia donde se revela el plan de Dios. Es en este itinerario donde se aprende a renunciar y a creer.
Animar: La Sagrada Escritura es servidora de la verdad. Jesús nos ha enseñado que la actitud de la Palabra de Dios es la de quien lava los pies a los discípulos y, desde la humillación y el amor, carga con el pecado de los demás para salvarlos.
La Biblia es una animadora del creyente porque le da vida y provoca el encuentro con Jesús. Quien comienza el camino de la fe, no encuentra mejor ruta para responder a sus inquietudes más profundas que identificarse con Pablo, con alguno de los discípulos o con otro personaje que nos proponen los evangelios. Allí se suman indivisiblemente contenido y pedagogía de la fe.
Inspirar: Los relatos bíblicos nunca terminan en sí mismos. En palabras de Juan: “Estos signos se han escrito para que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida en su nombre” (Jn 20, 28).
Dar el paso tan trascendente en la vida que supone la “metanoia” (la conversión), implica motivación, comprensión, decisión firme. Inspirar implica, entonces, abrir horizontes e impulsar procesos enraizados profundamente en la persona misma. En palabras del evangelio de Mateo es “hacer discípulos” de Jesús. La comunidad eclesial debe ser un espacio estimulante que reproduzca aquellos elementos de la Tradición apostólica que le permita al creyente encontrar las referencias históricas de fidelidad, pero, al mismo tiempo, la actualidad desafiante que no desanima la creatividad.
P. Guillermo Acero, CJM
Rector del Seminario Mayor Santo Toribio de Mogrovejo en Lima