María, era una mujer de profunda oración que, en medio de sus quehaceres diarios tenía tiempo para Dios; la oración era su fortaleza y su vitalidad en la cotidianeidad. Con el "Sí" al Ángel, la Virgen María acoge al Verbo que se hace carne y así ser la madre del Hijo de Dios.
A María, le cambió la vida ser la Madre del Salvador, siendo una mujer sencilla, pobre, con un entorno complejo e injusto, también experimentó la tensión y el miedo como muchos de nosotros lo hemos experimentado; pero en medio de sus temores fue fuerte y libre frente a la voluntad de Dios.
María tiene mucho en común con nosotros, ella siente las alegrías y el dolor de su pueblo porque camina y vive junto a él; en el cántico del Magníficat podemos leer el sentir profundo de gozo de una mujer de fe que expresa su alegría en Dios Salvador, porque levanta a los humildes, dispersa a los soberbios, colma de bienes a los hambrientos, despide vacíos a los ricos. La alegría de María expresada en este cántico es posible en el corazón del que anhela y busca justicia, libertad, el bien común y fraternidad entre todos.
María, es fuente divina de inspiración y de esperanza transformadora. Es símbolo de fe y obediencia a la voluntad de Dios, que invita a un verdadero compromiso socio liberador. Con el mismo amor y fortaleza de María, hoy estamos llamados a anunciar, promover y defender la vida desde su concepción, una vida digna a los pobres y marginados, a los ancianos y enfermos.
Con nuestra mirada puesta en María, hagamos carne el Evangelio de Jesucristo y asumamos nuestra misión con fe, llevando amor, luz, esperanza, miremos con ternura; escuchemos a nuestro alrededor con oído fino, discernamos en silencio, busquemos el diálogo para construir el bien común, como lo hizo María de la Anunciación.
Patricia Ruiz Paredes
Instituto Virgen de la Anunciación