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    Miércoles de Ceniza

    24 Feb

    En nuestra tradición cristiana el miércoles de ceniza o también llamado “miércoles al inicio del ayuno”, comienza con el austero rito de la imposición de la ceniza en nuestras frentes que está muy unido con la penitencia, dando inicio al bello camino de preparación cuaresmal. La Cuaresma, tiempo privilegiado para intensificar el camino de la propia conversión, supone cooperar con la gracia dada por Dios, para dar muerte al hombre viejo que actúa en nosotros. Se trata entonces, de romper con el pecado que habita en nuestros corazones, alejarnos de todo aquello que nos aparta del Plan de Dios y, por consiguiente, de nuestra felicidad y realización personal.

    Nuestra Madre Iglesia nos enseña que la vida cristina no es otra cosa que hacer eco en la propia existencia de aquel dinamismo bautismal: morir al pecado para nacer a una vida nueva en Jesús, el Hijo de María (cf. Jn 12,24). Esa es la opción del cristiano: la opción radical, coherente y comprometida, desde la propia libertad, que nos conduce al encuentro con Aquel que es Camino, Verdad y Vida (cf. Jn 14,6), encuentro que nos hace auténticamente libres y nos manifiesta la plenitud de nuestra humanidad. Por ello, la Cuaresma es una invitación constante a ponernos en camino: a levantarnos de la tierra simbólica en la que estamos establecidos; y a marchar hacia un lugar nuevo. Hacia el lugar del encuentro glorioso de nuestra humanidad triunfante.

    Los símbolos de la celebración son tan sencillos, como profundos. La ceniza que representa nuestra finitud y necesidad constante de Dios. La invitación del celebrante a: la conversión constante, que no es otra cosa que volver nuestra mirada hacia nuestra vida, para encontrar en ella a Dios que sigue apostado por nosotros cada día con mucha esperanza. Y a creer en el Evangelio, que es Jesús en sus palabras y obras. Aquel Maestro de la Misericordia que se desvive de amor por nosotros y que desea nuestra plenitud de vida aquí y ahora. De esta manera empieza la gran aventura de ser cristiano, a la cual todo hijo de María está invitado. Camino que no está libre de dificultades y tropiezos, pero que vale la pena emprender, pues sólo así el ser humano da respuesta a sus anhelos más profundos, y encuentra su propia felicidad.

    Este miércoles merece la pena volver a mirarnos y mirar a Dios Padre – Madre, que nos está esperando con los brazos abiertos. Él nos quiere, nos comprende y nos perdona siempre. Él es un Dios compasivo y misericordioso, que no nos trata como merecen nuestros pecados, sino que perdona todas nuestras culpas y nos colma de gracia y de ternura. Caminemos pues, en compañía de María la senda que nos conduce a Jesús. Ella, la primera cristiana, ciertamente es guía segura en nuestro peregrinar hacia la configuración plena con su Hijo.

    Efraín Espinoza Carrasco

    Docente Centro Bíblico San Pablo  

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