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Pablo de Tarso, con la mirada fija en Jesús

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25 Ene

La conversión de san Pablo es siempre un tema profundo, que no deja indiferente a quien lo me­dite y tome al Apóstol por modelo. ¿Qué pasó con Saulo, que luego de un suceso que se esconde en la intimidad de su relación con Dios, ya no volvió a ser el mismo? Queremos acercarnos a este aconte­cimiento y saber que cada uno de nosotros estamos llamados a vivir nuestro encuentro vivo y personal con el Resucitado.

¿Vocación o conversión? Si nos referimos a conver­sión como un cambio de vida, que sobre todo se en­foca en el plano moral (de malo a bueno), no sería propio hablar de conversión, pues tanto el libro de los Hechos como el mismo Pablo en sus cartas, nos hablan de que el Apóstol fue un celoso cumplidor de la Ley. Entonces, el término vocación sería el más adecuado, el que encaja dentro de los relatos de vo­cación presentes en la Biblia.

Sin embargo, cuando decimos conversión, en el sen­tido más estricto de la palabra, decimos cambio de mirada, giro importante hacia el objetivo. Así pues, Saulo se convierte en cuanto que su mirada dejará de centrarse en la Ley para fijarse completamente en Cristo resucitado, su forma de vivir la fraternidad se ensanchará y su misma misión dará un giro impor­tante. Hablamos pues de una conversión hacia Jesús, que es al mismo tiempo conversión comunitaria y misionera. Tres aspectos que podemos meditar para nuestra propia conversión.

Conversión a Cristo: girando la mirada hacia el mis­mo Resucitado, instaurando todo en él, de manera que todos los actos pasen por él, tengan sentido en él. A Pablo, esa conversión a Cristo se dará de tal ma­nera que, progresivamente se vaya identificando con él, hasta decir “ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí”. ¿Cómo me identifico con Jesús en mi vida?

Conversión comunitaria: Saulo pasa a ser Pablo en la vida de comunidad, en Antioquía, también con las comunidades que irá formando. De sus herma­nos y hermanas aprende, se exige a sí mismo, irá pu­rificando el corazón para hacerlo todo de Dios y su gente. No se entiende el apostolado de Pablo sin la red de personas que colaboraron con él, en ellos se encontraba una y otra vez con el Resucitado. ¿Vivimos nuestra fe en comunidad?

Conversión misionera: El Espíritu Santo irá condu­ciendo a Pablo de tal manera que su corazón se en­sanchará para anunciar el Evangelio entre los genti­les. Tendrá que adaptarse, hacerse todo para todos, renunciar a los propios gustos y formas de pensar, para anunciar un mensaje que no era suyo, sino de Cristo. La conversión misionera ilumina la propia vo­cación, el propio servicio pastoral, la vida de cada día, ¿estamos atentos a lo que nos pide el Espíritu en nuestra propia misión?

Pablo, Apóstol y modelo de todo discípulo misione­ro, ayúdanos a tener la mirada fija en el Resucitado, caminando juntos, siendo testigos de la gracia divina con la que fuimos amados.

José Miguel Villaverde, SSP

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