Sin duda alguna, por nuestra tierra peruana han pasado personas extraordinarias y sencillas que han sabido dejar huella en nuestro recuerdo. Uno de ellos, es un fraile franciscano cuya imagen aparece con un rabel en la mano y una cruz en la otra denotando así su delicadeza y pasión por la vida con sentido de Dios, San Francisco Solano.
Nació el 10 de marzo de 1549 en la ciudad de Montilla – Andalucía, sus padres, Mateo Sánchez Solano y Ana Jiménez Hidalga eran de economía acomodada, por eso de niño lo entregaron para su educación a los Jesuitas donde aprendió las letras y también fue descubriendo su vocación a la vida religiosa. A los veinte años decide vestir el sayal franciscano y acude al convento de san Lorenzo, donde el guardián, fray Francisco de Angulo, le abre las puertas de aquel convento. El joven Francisco sintió en su corazón arder la llama del fuego del Evangelio desde los primeros años de su vida religiosa franciscana. Luego de su profesión en 1570, dos años más tarde se trasladó al convento de Nuestra Se-ñora de Loreto, donde alternó el estudio de las ciencias sagradas con la oración y la penitencia. Escogió para vivienda la celda más pequeña e incómoda del convento, bien próxima al coro, en donde pasaba buena parte de su tiempo hasta su ordenación sacerdotal en 1576.
Luego de ser designado maestro de no-vicios en el convento de Arrizafa, se retiró en soledad para unirse más estrechamente a Dios por medio de la oración. En 1588 solicita pasar a América en compañía del padre comisario, fray Baltasar Navarro, que viajó a España en busca de misioneros. San Francisco Solano misionó por más de 14 años por el Chaco Paraguayo, por Uruguay, el Río de la Plata, Santa Fe y Córdoba de Argentina, siempre a pie, convirtiendo innumerables indígenas y también muchísimos colonos españoles. Su paso por cada ciudad o campo, era un renacer del fervor religioso. A imitación de su patrono San Francisco de Asís, sen-tía un gran cariño por los animalitos de Dios. Las aves lo rodeaban muy frecuentemente, y luego a una voz suya, salían por los aires revoloteando, cantando alegremente como si estuvieran alaban-do a Dios.
En el año 1602 se le ordena volver al Perú donde fallece en 1610. La muer-te de san Francisco Solano fue la causa de un hondo pesar general por todo el Perú. San Francisco fue beatificado por el papa Clemente X, en 1675, y canonizado por el papa Benedicto XIII, en 1726.
Lic. Efrain F. Espinoza Carrasco.