Este mes celebramos con mucha alegría y devoción al santo peruano más popular de América, Martín de Porres, a quien llamamos también, el santo de la escoba, o también, con mucho cariño el negrito Martín.
Aunque ya en vida era aclamado como santo por la sencillez y humildad que mostraba al servicio de todos, especialmente de los más desvalidos de la Lima Virreinal, no llegó a los altares sino casi trescientos años después de su muerte, al ser canonizado con inmensa alegría por el papa Juan XXIII, el 6 de mayo de 1962.
Martín de Porres Velásquez, nació el 9 de diciembre de 1579 en Lima. Hijo del hidalgo español Juan de Porres, miembro de la Orden de Alcántara, y de la afro-panameña Ana Velásquez, quien residía en Lima. Dos años después, en 1581, nació Juana, su única hermana.
Fue bautizado en la Iglesia de San Sebastián y en 1591 recibió la Confirmación de Santo Toribio de Mogrovejo en la Catedral Metropolitana de Lima.
Ana Velázquez dio cuidadosa educación cristiana a sus dos hijos, mientras que Juan de Porres estaba destinado en Guayaquil, y desde ahí les proveía de lo necesario, sin embargo, ante la situación precaria en que iban creciendo, el burgalés decidió reconocerlos como hijos suyos ante la ley.
Martín en su infancia y temprana adolescencia sufrió la pobreza y limitaciones propias de la comunidad de raza negra en la que vivió, siendo ya marginado por los suyos.
Cuando el niño apenas tenía siete años de edad. Don Juan de Porres llevó a sus dos hijos a Guayaquil, con la finalidad de dejarlos allí con su pariente Diego Marcos de Miranda. Juana, que era parecida a su padre fue acogida, pero Martín, por ser moreno, tuvo que regresar con él a Lima donde quedó a cargo de Isabel García Michel, mujer honesta y buena cristiana que residía en Malambo, un extenso barrio donde se ubicaba la colectividad de gente de color.
En esa época vivió al lado, y como ayudante, de Mateo Pastor, quien ejercía como barbero y aprendió también a leer y escribir.
Martín se formó como auxiliar práctico de barbería y herboristería, que incluía el de cirujano y medicina natural, utilizando muchas hierbas y plantas medicinales, que él mismo cultivaba, fabricando también ungüentos que aliviaban los dolores a sus pacientes.
En 1594, a la edad de quince años, y por la invitación de Fray Juan de Lorenzana, famoso dominico, teólogo y hombre de virtudes, entró en la Orden de Santo Domingo de Guzmán en la categoría de «donado», es decir, como terciario por no ser reconocido por su padre como hijo legítimo. Así vivió nueve años, practicando los oficios más humildes.
Fue admitido como hermano de la orden en 1603. Perseveró en su vocación a pesar de la oposición de su padre, y en 1606 se convirtió en fraile, profesando los votos de pobreza, castidad y obediencia.
De todas las virtudes Martín de Porres sobresalía en humildad, siempre puso a los demás por delante de sus propias necesidades. Su servicio como enfermero se extendía desde sus hermanos dominicos hasta las personas más abandonadas que podía encontrar en la calle.
Ejerció constantemente su vocación pastoral y misionera; enseñaba la doctrina cristiana y fe de Jesucristo a los negros, indios y gente sencilla que asistían a escucharlo en las Pampas de Amancaes, en las calles y en las haciendas cercanas a las propiedades de la Orden ubicadas en Limatambo. Martín de Porres fue confidente de San Juan Macías fraile dominico, con el cual forjó una entrañable amistad y se sabe que también conoció a Santa Rosa de Lima.
La situación de pobreza y abandono moral que padecían le preocupaban; por eso con la ayuda de varios ricos de la ciudad - entre ellos el virrey Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla, IV Conde de Chinchón, que en propia mano le entregaba cada mes no menos de cien pesos - fundó el Asilo y Escuela de Santa Cruz para reunir a todos los vagos, huérfanos y limosneros y ayudarles a salir de su penosa situación.
Su santidad se manifestó a través del amor que mostró por los demás y la gran pureza de su vida, especialmente en el cuidado que siempre dispensó a los pobres y enfermos.
La personalidad carismática de Martín hizo que fuera buscado por personas de todos los estratos sociales, altos dignatarios de la Iglesia y del Gobierno, gente sencilla, ricos y pobres, todos encontraban en Martín alivio a sus necesidades espirituales, físicas o materiales. Por su entera disposición y su ayuda incondicional al prójimo, lo señalaban como un hombre santo.
Aunque él trataba de ocultarse, la fama de santo crecía día por día. También, muchos enfermos lo primero que pedían cuando se sentían graves era: «Que venga el santo hermano Martín». Y él nunca negaba un favor a quien podía hacerlo.
Martín de Porres no sólo sanaba y daba atención a los enfermos sino que su ministerio se extendía a los animales, a quienes cuidaba y cuyas heridas curaba. Como San Francisco de Asís, podía dialogar con animales. Tenía, diríase, un especial don de comunicación con los animales sufrientes, a quienes extendía el gesto generoso, en tiempos en que no existía la veterinaria. Por eso nos cuentan que en un mismo plato comieron perro, pericote y gato.
Una de las características principales de Martín, la amistad basada en el respeto recíproco y en la inclusión lo buscaban todos los que tenían conflictos espirituales o materiales como al mejor amigo de la ciudad.
Cuentan sus biógrafos que tenía amigos en todas las capas sociales. Altos dignatarios de la Iglesia, del foro y del gobierno; gentes sencillas, ricos y pobres; todos tenían en Martín un amigo, a un confesor laico, para decirle sus angustias, sus conflictos y secretos.
Tenía Martín, un don de simpatía y de atracción, asociados a una lealtad inagotable. Amigable componedor, consejero, mediador, siempre lograba el éxito que después se llamó milagro. Un enfoque que hoy llamaríamos: ecologista. Sobresalía en el actuar de Martín, empeñado en curar a las personas, pero también al ambiente, al entorno.
Su mirada trasparente y acogedora, conmovía, logrando aparecer siempre como inferior y humilde ante todos, secreto de la confianza que inspiraba…
Era una persona que respetaba a cada uno de acuerdo a su individualidad y al mismo tiempo lo incluía en el afecto y el cuidado. Este sentido de afecto y de aceptación, obraba milagros.
La vida toda de Martín se caracterizó por la calma y el sosiego, pese a su dinamismo, que lo hacía recorrer Lima de un extremo a otro. Era un verdadero ejemplo de solidaridad y de devoción por el desprotegido.
Pidamos a San Martín de Porres el Santo de la Escoba, que su escoba expulse la maldad junto con la enfermedad y la pobreza. Que ensanche nuestro corazón para acoger al migrante, al vulnerable, al marginado y al diferente como hermanos e hijos muy amados de Dios y nos contagie su amor y su cuidado amoroso de toda la Creación.
Inspirado en el libro de autor ANÓNIMO: “Compendio de la prodigiosa vida del Venerable Siervo de Dios Fr. Martín de Porres, natural de Lima, Religioso Donado Profeso de la Orden de Predicadores, Sacado de los autores RR.PP.MM. Fray Jayme Baron y Fray Juan Meléndez, de la misma orden”.
SAN PABLO tiene una variada selcción de libros sobre nuestro querido santo perunano, que puedes encontrar en el siguiente enlace http://bit.ly/33aOyHf