En la Solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista, el evangelio propuesto por la liturgia es Lc 1, 57-66.80, relato que contempla el nacimiento, circuncisión e imposición del nombre del santo precursor de Jesucristo. Los apóstoles consolida-ron la predicación sobre Jesús, se esforzaron en recordar el legado del Bautista como punto de partida de la misión de Jesús, como muestra el mismo Lucas, en el segundo volumen de su obra: “Jesús de Nazaret, partiendo de Galilea, después del bautismo anunciado por Juan” (cf. Hch 10, 37).
La figura de Juan es central en la historia de la salvación: “La ley y los profetas hasta Juan” (Lc 16, 16a). Por lo tanto, es un personaje que no puede ser ignorado. El primer acontecimiento narrado por Lucas en su Evangelio es el anuncio del nacimiento de Juan (cf. Lc 1, 5-23), presentándolo desde el principio con las características de profeta y de prodigio de Dios para la humanidad, recordando que sus padres, Zacarías e Isabel, eran viejos y estériles, ya incapaces de procrear. En esta pareja, calificada de justa (cf. Lc 1, 6), el evangelista ve la situación de Israel: ¡incluso observando detalladamente los preceptos de la ley, les falta la alegría y un signo de vida!
Juan el Bautista testificó la verdad ante los sacerdotes y levitas y anunció la llegada del Mesías de quien ya habían profetizado las Escrituras. Refiriéndose al profeta Isaías, se presentó como “la voz que clama en el desierto”. Era plenamente consciente de que sólo cumplía la misión de “abrir el camino del Señor” y actuó de acuerdo con la profecía de Isaías.
Necesitamos, como hizo Juan Bautista, saber distinguirnos para saber quiénes somos y quiénes no somos. ¡Que cada uno de nosotros aprenda a descubrir la verdad sobre sí mismo! ¡Necesitamos ser conscientes del propósito de Dios para nuestra vida y nuestra misión!
Juan Bautista entendió cuál era su tarea, y aclaró a los que le buscaban la verdad sobre sí mismo y sobre Jesús, a quien anunció diciendo que no era digno de desatarle la correa. Que también nosotros conozcamos nuestra misión y el lugar que nos fue destinado, y así encontrar el camino correcto para ajustarnos al Plan de Dios.
El gran deseo de Dios para nosotros es que sepamos comunicar Su Amor al mundo a través de nuestras relaciones, para que la vida nueva que Jesús vino nos da pueda suceder en nosotros.
P. Guillermo Gándara E., SSP