Se celebra la efusión del Espíritu Santo a la Iglesia, representada en el grupo de los Doce apóstoles, las piadosas mujeres, la Santísima Virgen María y los hermanos del Señor, que según los evangelios eran sus parientes. Este es el acontecimiento que marca el nacimiento de la Iglesia, no solo la comunidad de discípulos de Jesús tanto como el Pueblo de la Nueva Alianza. Los discípulos ahora son revestidos y llenos del mismo Espíritu de Dios, que se hizo presente en Jesús de Nazaret.
En el Antiguo Testamento, el Espíritu Santo es dado a los jueces (Jc 3, 10; 6, 34; 11, 29), reyes (1Sam 11, 6; 16, 13) y profetas (Is 61, 1), para cumplir una misión de liberación del Pueblo. En la Nueva Alianza, el Espíritu Santo es dado a toda la Iglesia, tal como se anunciaba para los tiempos mesiánicos. El apóstol Pedro en el libro de Hechos de los Apóstoles, interpreta que el oráculo del profeta Joel en Jl 3, 1-5 que anuncia el derramamiento del Espíritu de Dios a todo varón y mujer en el día de Yahvé se cumplió en la fiesta de Pentecostés, cincuenta días después de la Pascua Judía en la que Jesús murió en la cruz, como sacrificio pascual de la Nueva Alianza.
Originalmente, esta fiesta era para dar gracias por la cosecha del año, después se le dio un nuevo significado, es la conmemoración de la entrega de la Ley por parte de Dios al Pueblo de Israel, mientras que Lucas presenta su sentido más pleno, es la entrega del Espíritu Santo a la Iglesia.
Los católicos estamos llamados en Pentecostés a dejarnos guiar por el Espíritu Santo que lo recibimos en el Bautismo y de manera plena en la Confirmación, para poder liberarnos de toda situación de pecado y ser liberadores al igual que los jueces, reyes y profetas de toda situación injusta que oprime al prójimo. El Espíritu Santo nos transforma en varones y mujeres nuevos, semejantes a Cristo, anunciadores del Evangelio para renovar la Creación.
Luis Breña
Centro Bíblico San Pablo