Dice nuestra madre Iglesia que la Eucaristía es "fuente y culmen de toda la vida cristiana" (LG 11). Pero también nos recuerda que la celebración de la eucaristía es un memorial que bellamente celebramos en comunidad. Este memorial aparece ya en los relatos de la institución de la Eucaristía: “Hagan esto en memoria mía” (1Co 11, 24-25; cf. Lc 22, 19). Es por ello que el Concilio Vaticano II nos vuelve a recordar que “Nuestro Salvador instituyó el sacrificio eucarístico con el cual iba a perpetuar, por los siglos hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz, y a confiar a la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección” (SC 47).
Testamento se vincula, necesariamente, con el recuerdo de las acciones salvíficas de Dios hacia su pueblo. Por ello, que nuestros hermanos judíos valoran mucho todos los acontecimientos históricos de Dios para con ellos, y en especial la Pascua. Aquella Pascua que se convirtió en un memorial del Señor, recordando un antiguo ritual nómada de inmolación del cordero que simbolizaba la liberación del pecado y del mal, y la comunión cercana con Dios.
Ya en el Nuevo Testamento, se destaca la importancia del mandato del Señor de celebrar la Eucaristía en memoria suya, estableciendo así un nuevo memorial diferente en contenido y signo, pero similar en la evocación y presencia. Por ello, el memorial cobra mayor importancia cuando Jesús nos dice: “Hagan esto en memoria mía” (1Co 11, 24-25), o en las palabras de san Pablo: “Pues cada vez que coman de este pan y beban de este cáliz anuncian la muerte del Señor hasta que vuelva” (1Co 11, 26).
Al celebrar la eucaristía en comunidad nos comprometemos con nosotros mismos y con Dios, a crear relaciones más fraternas y genuinas, a la solidaridad empezando por nuestra familia, a la humildad reconociendo que Dios camina con nosotros; pero, sobre todo, nos comprometemos a vivir como Jesús vivió y a luchar contra aquello que deshumaniza a nuestros hermanos. Que la mamita del cielo nos inspire a buscar a su Hijo todos los días.
Lic. Efraín F. Espinoza Carrasco