Al hablar de la catequesis y de los catequistas lo primero que se me viene a la mente es referirme a las palabras del papa Francisco: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús” (EG n. 1). ¡Qué expresión tan cierta y cercana! Es indudable que ser catequista es una vocación, que no viene del coordinador ni del párroco de turno, sino de Dios mismo; y que, a su vez, la catequesis es educación en la fe (CEC n. 5); por lo tanto, implica que el catequista debe tener un permanente y personal encuentro con Dios, pues es a Él a quien va a anunciar.
En el tiempo del distanciamiento social, ha sido un reto catequizar. Y en la gran mayoría de parroquias no se ha hecho el ciclo catequético de la Primera Comunión, de la Confirmación de jóvenes y de los Sacramentos de Iniciación Cristiana para adultos. Y es que la catequesis no sólo es una transmisión de conocimientos (que podríamos hacerla a través de distintas plataformas tecnológicas) sino que la experiencia y testimonio presencial de los fieles en la parroquia, así como el acompañamiento personal de los catequistas es parte muy importante para que los catequizandos maduren en la fe. Así mismo, la catequesis implica una dimensión sobrenatural, y ésta se logra en esos encuentros con el Señor. Este “recargarnos” de la gracia divina que necesitamos todos los días podemos encontrarlo en la oración, en la lectura y reflexión de la Palabra de Dios, en lecturas y dirección espirituales, en la formación, pero sobre todo en los sacramentos; y el “zoom” o el “meet” no tienen ese potencial.
Pero todo tiempo es bueno y lo hemos aprovechado para formarnos, rezar, y mantenernos unidos con la grande esperanza de cumplir con esta misión de anuncio kerigmático a niños, jóvenes y adultos. En la parroquia y fuera de ella. En las periferias existenciales a las que el papa Francisco nos exhorta. Estamos llamados, pues, a ser Iglesia en salida y a evangelizar con alegría. Anunciar a Cristo es algo “bello, capaz de colmar la vida de un nuevo resplandor y de un gozo profundo, aún en medio de las pruebas” (EG. N. 167)
Aurea Vera Velásquez
Catequista