Celebramos con fe la Misericordia de Dios y su gran poder para llamar al alejado, al que estaba de espaldas a Dios, al que sufre el dolor de sus pecados, para redimir y dar nueva vida con el perdón y hacer nuevas todas las coas. Es una gran verdad y testimonial de la experiencia de recibir la misericordia de Dios en nuestras vidas, la presencia de Jesús, nos llama a ser hombres de fe que conoceos el amor de Dios con infinita bondad y compasión. Es la Divina Misericordia de Dios, el Señor, la que nos alivia, nos sana el alma, nos da claridad de luz renovada en el perdón que nos hace Hijos, hermanos, fieles a la voluntad de Dios con paz interior en nuestra casa, en nuestro interior. Por ellos, es el encuentro con lo más profundo del ser, las entrañas de amor y misericordia.
Celebramos y vivimos la novedad de la buena nueva en el encuentro con el Señor que nos da el gozo del perdón, alivia nuestras cargas, nos devuelve la dignidad de ser hijos, la gracia de ser hombres y mujeres renovados, transformados por el amor. Para que nosotros sepamos, desde nuestra vivencia misericordia, ser misericordiosos y perdonemos al hermano que nos ofende, está en la oración que nos enseñó Jesús: “Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Es un proyecto de vida que escucha y vive la misericordia de Dios en los hermanos.
La Divina Misericordia carga con nuestros pecados, infidelidades, prejuicios, condenas que hacemos al hermano, con nuestras imprudencias e injusticias para liberar nuestros corazones de la atadura del dolor, pero nos llama a ponernos en las manos del Señor que nos da la liberación en el amor para que seamos apóstoles del perdón.
Nosotros, en la divina Misericordia, ya no vemos al juez todo poderoso que juzga, sino vivimos al Salvador, Compasivo que tiene entrañas únicamente de misericordia. Y Jesús dice:
-A la mujer adúltera: ¿nadie te ha condenado?,
nadie Señor, yo tampoco te condeno,
vete y en adelante no peques más. Jn, 8, 11
-O el rey que perdona los 10,000 talentos
de deuda y al salir este hombre mete preso
al compañero por 100 denarios. No
fue capaz de sentir compasión y menos
perdonar. Mt 18, 24-35.
-O la experiencia de amor y misericordia
del buen Samaritano que no solo cuidó al
asaltado, sino que pagó para que lo cuide
el posadero. Lc 10, 35
Estamos invitados a vivir con un corazón confiado en la gran misericordia de Dios que nos ama y quiere que todos seamos verdaderos hijos renovados en el perdón y la compasión.
P. Ricardo Gonzáles Vílchez, ssp