El culto al Señor de los Milagros está encaminado a convertirse en una devoción nacional. Asimismo, permite prolongar la fe del pueblo peruano más allá de sus fronteras a través de los miles de migrantes que han formado cofradías en el exterior. En este breve texto quisiera señalar algunos aspectos de esta manifestación religiosa popular que podrían ayudarnos a vislumbrar con mayor criticismo dicho fenómeno, y de ese modo, reforzar nuestra fe.
Una devoción cristocéntrica
Esta devoción surge en la zona de Pachacamilla, cerca de donde se ubica el actual Templo de Las Nazarenas, y que desde sus inicios ha estado vinculada a los movimientos sísmicos. Un artista anónimo perteneciente a una hermandad de esclavos negros, pintó la imagen sobre una pared de barro en 1651, la misma que fue capaz de resistir al terremoto acaecido cuatro años más tarde. A partir de este hecho milagroso se da comienzo a su veneración, si bien en sus inicios encontró cierta oposición de las autoridades eclesiásticas, justamente por tratarse de un culto marginal. Incluso se cuenta que se remitió a una comitiva a borrar la imagen, pero al final depuso su accionar. Un hecho bastante simbólico que se plasma como el logro del sector más humilde del pueblo –en este caso, la comunidad de esclavos–, el cual se apropia de la devoción, al sentir a través de su fe, que es un Cristo que los representa, acompaña y escucha; fue así como surgió un fervor que congrega cada octubre a miles de creyentes.
Representación de la religiosidad popular:
De esta forma, el mes de octubre se ha convertido en el mes morado, durante el cual advertimos diversos elementos que conforman la religiosidad popular, entendiendo ésta, como la expresión de fe del pueblo ligada a los ritos, el folklore y las costumbres. Todo ello se amalgama y articula para insuflar vida y fortaleza en los fieles. Por ello, hablar del Señor de los Milagros es palpar la fibra del pueblo creyente que busca consuelo, escucha, pero sobre todo se recarga de esperanza. Y en ese sentido es una devoción que debe materializar un cambio en nuestras vidas, pues sólo así cumpliremos realmente el objetivo final, la construcción de un auténtico Reino de Dios, por medio del compromiso con los demás… especialmente con los actuales cristos sufrientes de nuestra sociedad, aquéllos que precisamente representan a quienes hace casi cuatrocientos años, forjaron el nacimiento de este culto.
José Luis Franco
Instituto Bartolomé de Las Casas (Lima).