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PabloVI: La Esperanza en medio de la tempestad

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06 Feb

Estamos viviendo el JUBILEO 2025: El Papa Francisco nos invita a renovar la esperanza en este Año Santo. Por ello, presentamos algunos testigos de la esperanza que nos animan en nuestro caminar.

Era el 04 de diciembre de 1963: los participantes del Concilio Vaticano II han sido protagonistas de jornadas enteras de diálogo e intercambios de opiniones sobre la Iglesia, su naturaleza, su misión en el mundo y su futuro. La incertidumbre era grande y los medios de comunicación se encontraban ávidos de los pormenores de uno de los acontecimientos católicos más importantes del siglo XX. Había concluido la segunda sesión conciliar y era momento de escuchar al papa Pablo VI, quien hacía casi seis meses había asumido el pontificado, sucediendo a Juan XXIII y tomando la posta del inaugurado Concilio. ¿Qué diría el Papa? Se preguntaban algunos.

La gran fama de intelectual y hombre de pensamiento amplio, parecían predecir alguna máxima para poner punto final a los trabajos conciliares. En eso, el papa Montini da el anuncio de viajar en el próximo enero a Tierra Santa, como él lo dice: “para honrar personalmente los lugares santos donde Cristo nació, vivió y murió, donde resucitó y ascendió a los cielos, los primeros misterios de nuestra salvación”. Era la primera vez, luego de siglos, que el Papa dejaba Roma, era la primera vez que un Papa volaba en un avión. Era la primera vez que un Papa volvería al lugar donde todo comenzó. No parecía ser la solución a las discusiones conciliares, pero el Espíritu sopla donde quiere…

El viaje se dio, y dejó de ser un viaje eminentemente religioso para convertirse en un llamado a la paz, a la reconciliación, a mirar las cosas de un modo nuevo. Quizá uno de los momentos culmen de dicho viaje fue el encuentro con Atenágoras, el patriarca ecuménico de Constantinopla. Este le había propuesto al Papa encontrarse y ambos habían aceptado. ¿Qué se dirían? ¿Qué tema abordarían al verse? Ambos representaban a dos iglesias que habían vivido separadas por siglos, atravesadas por sendas excomuniones y discusiones político-religiosas que parecían interminables. Llegada la hora del encuentro, ambos se vieron cara a cara, y se dieron un abrazo de paz. Aquel abrazo fue una prédica elocuente, era posible la reconciliación, era posible bajar las armas, crear puentes, sentirse y reconocerse hermanos.

Un abrazo, volver a los orígenes, el gozo de acoger al otro y recibirlo en y con el corazón: ¿No son acaso motivos de sobra para mantener viva la esperanza? Un pequeño gesto puede ser el chispazo que necesitamos para salir de los embrollos, dejar los discursos y poner manos a la obra. Finalmente, nos recuerda san Pablo VI: “La fuente de esperanza manifestada en Pentecostés no se agotará”.

P. José Miguel Villaverde, ssp

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