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    Todo para el Evangelio

    26 Nov

    Lo que hemos vivido en el transcurso de este 2020 ha sido, sin duda, un duro revés para nuestras acostumbradas formas de vida, el ritmo que diariamente llevábamos pasó a ser lejano, un recuerdo, una añoranza. Y en medio de las sombras, de la incertidumbre, hemos visto con asombro a un gran número de compatriotas “ponerse el País al hombro” y, colocándose el tapabocas, comenzaron a servir a su gente, en muchos casos, con la sola protección divina. Médicos, enfermeros y enfermeras, trabajadores de supermercados y farmacias, vendedores a domicilio: todos ellos viviendo a pleno su vocación de servicio, para “hacer algo por los hombres de su tiempo”. Sin ser las ocho de la noche, en nuestra oración, los recordamos y, con más razón, a los que han partido a la eternidad sirviendo. Otro grupo vivió la pandemia informando, denunciando la corrupción, solicitando ayuda a través de todos los medios. Otros también, nuestros maestros, tuvieron que ganar nuevas destrezas para seguir educando desde las desafiantes plataformas virtuales (con todo lo que ello implica).

    No olvidamos a los rostros anónimos que se entregaron en cuerpo y alma a la caridad con los más pobres, a las hermanas de clausura que con su preciosa oración nos han sostenido, a los sacerdotes que, venciendo miedos, dieron el gesto y la palabra oportuna, algunos de ellos ya junto a Dios. A todos ellos, ¡Gracias por hacer algo por los hombres y mujeres de su tiempo!

    Así comparto con ustedes la figura juvenil del beato Santiago Alberione, quien, allá por la primera década del 1900, de aproximadamente dieciséis años, se sintió movido en cuerpo y alma para no ser indiferente ante los hombres y mujeres de su tiempo. Sabía que eran tiempos conflictivos, que sus paisanos eran esclavizados en grandes industrias y que el hombre, cada vez más “centrado en sí mismo”, se alejaba de los templos, de su fe, de Dios.

    Se dio cuenta que los medios de comunicación tenían un gran potencial, capaces de mover masas, y entonces, ¡Había que estar allí para llevarles el Evangelio! ¡Había que usarlos para hablar de todo cristianamente! Así, fue gestando en el corazón el proyecto de “un escuadrón de apóstoles”, hombres y mujeres consagrados para vivir y dar a todo el Cristo a todo el ser humano, con todos los medios: la Familia Paulina.

    Un muchacho soñador se convertiría en un sacerdote que, a pesar de no tener tan buena salud, bendijo la imprenta, las máquinas de escribir, los aparatos radiofónicos, las librerías, los celuloides y los puso al servicio del Evangelio. Hoy, casi un siglo después, para que siga anunciándose el Evangelio, hemos recurrido a las misas, retiros y conferencias virtuales, haciendo propia la experiencia de un hombre de campo, sacerdote fiel y creativo, que, como san Pablo, lo hizo todo por el Evangelio… ¡Que más jóvenes digan que sí a la desafiante invitación de Dios a vivir la vida con propósito!

    José Miguel Villaverde, ssp

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