Nuestros grupos de oración necesitan la profecía. Nuestras familias necesitan la fuerza de lo alto. Tarde o temprano vendrán las dificultades, sin embargo, esas dificultades no tienen la menor oportunidad contra nosotros si nos encuentran revestidos de Jesucristo.

Precisamente porque conocían la misión que les esperaba, los apóstoles no dudaron en usar los dones. Sabían que no serían escuchados si Dios no se manifestara a través de ellos. Si querían que las personas creyesen en ellos, era necesario algo más que simples palabras. A veces es lo que sucede en nuestras casas, trabajos, escuelas: no basta simplemente hablar de las cosas de Dios. Es necesario que Él mismo manifieste, por medio de nosotros, su fuerza, “para llevar a los que no creen a aceptar el Evangelio, por la palabra y por la acción, por el poder de los milagros y prodigios, por la fuerza del Espíritu de Dios” (cf. Rm 15, 18-19).