Medio de purificación
Cuando los años llegan, la sabiduría se hace más cercana, también por las señales del cuerpo. Estas señales nos dicen que comer en exceso es dañino, que los deliciosos condimentos de nuestra rica gastronomía no son para abusar y que debemos encontrar el sano equilibrio para disfrutar nuestro buen comer. Allí descubrimos que el ayuno, desde el punto de vista del propio organismo es un medio de purificación, siempre y cuando sea regulado y prudente. En la vida espiritual, el ayuno no es un fin en sí mismo, sino un ejercicio acético, que, llevado con madurez, nos pone “en línea” para liberarnos de cualquier embotamiento y de todas aquellas toxinas que nos hacen más egoístas, golosos y flexibles ante cualquier tentación que nos visite. El ayuno también nos puede sacar de la mala costumbre de mirarnos solo a nosotros mismos, abriéndonos a la solidaridad, a la hermandad, a la capacidad de hacernos compasivos. Este ayuno espiritual “nos purga” y nos prepara, fortaleciéndonos para las luchas espirituales, donde pierde el egoísta, el laxo, el que no tiene dominio de sí.
Para servir
Si el ayuno de la comida nos purifica para estar más ligeros y saludables, el ayuno espiritual para el católico nos libera de nosotros mismos para ponernos al servicio de los hermanos. El ensimismamiento, el ritualismo, el alarde de nuestras prácticas cuaresmales son señal de que algo falta en los cuarenta días de este tiempo bendito. Las buenas señales del ayuno radican en la capacidad de compasión, los cambios de actitud ante los otros y la mayor facilidad para donar y donarnos a nosotros mismos. Los ayunos de nuestros santos no los hacían extraños a los dramas de la sociedad, ni los hacían ponerse en una situación farisaica frente a los demás, sino que, los abrían al dolor ajeno, a la sintonía con el pobre, a sentir con Cristo y la Iglesia.
En Dios
Junto a la privación de alimentos, el ayuno se extiende y se practica también con el ejercitar la lengua y evitar las palabras vanas. Ejercitar el oído para no prestarlo al chisme y a la división, ejercitar la vista para no empañar las ventanas del alma. Ejercitar el corazón para que nada ni nadie se coloque en el lugar de Dios. Que tu ayuno y mi ayuno nos haga más un nosotros que un ustedes, dentro y fuera de la Cuaresma, y que este tiempo bendito que mira a la Pascua sea para parecernos más a Jesús y no a aquellos que, poniendo los ritos por encima de Dios y los hermanos, no pudieron reconocer al Salvador que caminaba con ellos.
P. José Miguel Villaverde, ssp