Cuando se da la primera evangelización de América, los misioneros trasladan muchas de sus costumbres a nuestras tierras. Un modo eficaz de evangelizar ha sido a través de la piedad popular con las advocaciones de Jesús, la Virgen y diversos santos, fomentando su devoción.
Rápidamente comienzan a fomentarse las cofradías, asociaciones de fieles dedicadas a promover el culto público de un santo. Debemos decir que no todas las cofradías tenían una finalidad procesional, aunque en la gran mayoría esta era su razón de ser más importante. Muchas de ellas también se fundaron con un fin asistencial y de caridad. Se constituían con una organización interna, un acompañamiento de parte de la Iglesia, sobre todo de las órdenes religiosas, y un campo de evangelización por cubrir.
En Lima, capital del Virreinato, la primera en fundarse es la Cofradía de la Veracruz al lado de la Iglesia conventual de Santo Domingo. Para finales de este siglo, ya había 16 cofradías en la Ciudad de los Reyes.
En el siglo XVII se fueron formando grupos según las razas, las profesiones o vecindarios para rendir culto a una determinada advocación: estas cofradías eran eucarísticas, sobre la Pasión del Señor y las que veneran a los santos. Así mismo, ellas fueron consiguiendo los ajuares, mobiliario, joyas y demás enseres que ennoblecían las devociones a las que le rendían culto.
No podemos dejar de mencionar que, a finales del siglo XVII, se funda la cofradía del Señor de los Milagros en el barrio de Pachacamilla, que al día de hoy es la Hermandad más grande que tenemos en el Perú, junto a tantas hermandades en el Perú y el mundo que difunden esta devoción.
A finales del siglo XVIII, las autoridades civiles y eclesiásticas hacen una valoración sobre el exceso de las cofradías y hermandades. Para ese momento había las que contaban con permiso eclesiástico y las que no lo tenían.
En muchos lugares, urbanos o rurales, se tienen cofradías y hermandades. Ellos son los herederos de estos primeros esfuerzos de evangelización. Hoy vemos cómo estos hermanos, de una forma particular, hacen una experiencia religiosa que los lleva a experimentar la presencia de Dios en sus vidas y en la de todos los que los acompañan.
P. Martín Armando Vértiz Apuy