La solemnidad del Bautismo del Señor nos da la oportunidad para evaluar nuestro bautismo.
La fe. Es el don que recibimos el día de nuestro bautismo. Es muy importante este don porque solo con la fe somos capaces de permanecer en el camino de Dios. En una familia sin fe es muy difícil que reine el amor. Solo la fe cristiana nos da la capacidad para amar, perdonar, comprender y servir a nuestros hermanos. La fe se alimenta con la oración, la Palabra, la Eucaristía y la caridad.
Espíritu Santo. El día de tu bautismo te convertiste en su templo. El Espíritu Santo es la fuerza en tu vida, que te transforma en hijo de Dios, miembro de una comunidad que camina hacia su Reino. Él te lleva a cuidarte y valorarte, recordándote que eres imagen de Dios, su templo y que esta dignidad, también la poseen tus hermanos.
Camino de santidad. Un día participé en un bautismo. El sacerdote nos preguntó que, si nuestros papás nos habían informado que el día de nuestro bautismo iniciamos un camino de santidad en la Iglesia católica, y que ese camino termina al final de la vida. A la pregunta todos dijeron que no lo sabían. El sacerdote nos animó a retomar o a iniciar el camino de santidad y nos comprometió a que, en su momento, se lo dijéramos a los nuevos bautizados.
La Comunidad. Desde el momento del bautismo fuimos inscritos en la Comunidad religiosa católica. Todos tenemos por lo menos tres comunidades. La primera comunidad es la familiar. Cuida con mucho amor a tu comunidad familiar. Tu segunda comunidad es la religiosa, para el bautizado es la católica. Cuida tu comunidad religiosa, con el mismo amor y esmero como cuidas la comunidad familiar. Y la última comunidad importante para tu vida, es tu comunidad social. La Patria es la gran comunidad, que todos los bautizados aman, proyectan y hacen progresar; y como creyentes tenemos la comunidad celestial, tan importante como las terrenas, porque es el reino de Dios que le da el sentido y objetivo a la vida cristiana.
Padres de familia. Son importantes en todo momento. Porque tienen en sus manos la tarea de logar la santidad en su vida matrimonial, y por lo tanto la santidad de los hijos, lo básico para vivir, no menos importante es enseñarles con el testimonio el camino del amor a Dios y del prójimo.
Los padrinos. En el año 140, el Papa San Higinio, introdujo esta figura en el bautismo, con un único objetivo: guiar, con el testimonio, la vida cristiana de los ahijados. Aceptar esta vocación es un compromiso adquirido delante de Dios y de la familia, lograr que los ahijados alcancen el grado máximo de la vida cristiana, es decir, la santidad.
Equipo Editorial