El Emmanuel, «Dios con nosotros» (Is 7, 14), hace honor a su nombre y se acerca a nuestra realidad. Se acerca tanto a nuestra humanidad que la hace suya, la asume completamente y «por obra y gracia del Espíritu Santo» toma carne en el seno de la Virgen María y se hace hombre. La Navidad es la luz que nos muestra ese misterio: Dios que se encarna para vivir no solo con nosotros, sino como nosotros, compartiendo lo bello de nuestra humanidad y también los límites (menos el pecado) inherentes a ella y que vivimos en el día a día.
Navidad es el misterio de la encarnación hecho visible, como lo dice un himno de la Liturgia de las Horas: «Te diré mi amor, Rey mío, con una mirada suave, te lo diré contemplando tu cuerpo que en pajas yace. Te diré mi amor, Rey mío, adorándote en la carne, te lo diré con mis besos, quizá con gotas de sangre… ¡Oh Dios del amor más grande, que has venido a nuestro valle!».
Navidad es Dios que nace en la carne, esa misma humanidad que es el medio para exponerse a nosotros, para predicar su Palabra, manifestar su misericordia y mostrarnos el amor presente en su corazón de Buen Pastor y en el de su (y nuestro) Padre Dios.
El niño Jesús que nace en Belén, es el mismo que ya adulto es la manifestación clara del amor de Dios. Jesús, que nació en Belén de la Virgen María, es el que aceptará el humilde y generoso homenaje de aquella mujer que, sin decir una palabra, le muestra su arrepentimiento y su mucho amor (Cf. Lc 7, 36-50); el mismo que nos muestra con palabras y tantos gestos de compasión la inmensa miseri-cordia del Padre y, de manera sublime la expresa en la parábola del Hijo pródigo –el Padre misericordioso– (Cf. Lc 15, 11-32).
Esa carne, don supremo en la Última Cena, y sangre, derramada el viernes de la victoria del amor sobre el pecado y la muerte, nacidas en Navidad, se ofrecen en la cruz y triunfan sobre la soberbia del acusador.
Celebrar la Navidad es ya también celebrar el triunfo de Jesucristo; la gloria cantada por la multitud de los ejércitos celestiales en el nacimiento de Jesús (Cf. Lc 2,13-14), es la gloria proclamada por los creyentes en Jesucristo: «Vemos a Jesús coronado de gloria y honor por su pasión y muerte» (Hb 2,9b).
P. Jorge Decelis Burguete, mccj