La Solemnidad de la Asunción de la Santísima virgen María es una oportunidad para renovar nuestra fe en el reino de Dios, en ese llamado que Jesús nos hizo desde nuestro bautismo cuando nos colocaron la cruz en la frente, fue el sello de pertenencia a Jesús para siempre. En ese momento Jesús nos dijo a través del sacerdote, eres mío para siempre, no solo en esta tierra, sino también en la eternidad. Esta verdad es vinculante para todos los católicos: el objetivo de nuestra vida es la eternidad. Hemos de cuidar y alimentar esta verdad, más ahora que la sociedad se empeña solo en mirar la tierra y lo pasajero.
Cuando la sociedad nos invade, terminamos siendo mucha tierra y poco cie-lo. Digamos hoy a la Virgen de la Asunción: quiero amar a tu Hijo, no solo en esta tierra, si así fuera no tendría sentido mi vida; quiero amarlo también en la eternidad; quiero cantarle contigo las alabanzas de la resurrección, de la santidad, del amor eterno, pero contigo, Virgen María.
Estamos viviendo en la nueva realidad, lo proyectamos todo desde la tierra, pero el ser humano no solo es tierra, arcilla, es también Espíritu de Dios que recibimos de nuestro Creador (Gn 2, 7). Contemplemos despacio lo que san Pablo escribió en su carta a los Romanos 8, 18-30: "Estimo que los sufrimientos del tiempo presente no se pueden comparar con la gloria que se ha de revelar en nosotros. La humanidad aguarda ansiosamente que se revelen los hijos de Dios. Ella está sometida al fracaso, no voluntariamente, sino por imposición de otro; pero esta humanidad, tiene la esperanza de que será liberada de la esclavitud de la corrupción, para obtener la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos que hasta ahora, la humanidad entera está gimiendo con dolores de parto. Y no solo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos por dentro esperando la condición de hijos adoptivos, el rescate de nuestro cuerpo".
Por un privilegio especial, por ser la Madre de Dios, la virgen María no experimentó la esclavitud de la corrupción ni esperó el rescate de su cuerpo como nosotros, como lo escribió san Pablo para nosotros. Gloria a Dios por el regalo de la Virgen María.
P. Guillermo Gándara E.
Sacerdote Paulino