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Hay un tiempo para llorar

02 Nov

“Hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol: un tiempo para nacer y un tiempo para morir” (Ecle 3, 1-2)

Cada año el 2 de noviembre celebramos la Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos y esos días son millones en todo el mundo que vuelven la mirada hacia sus seres queridos que ya partieron y los honoran con flores y oraciones.

Humanamente, el sentimiento que produce la muerte de alguien que forma parte de nuestros afectos, y que llamamos duelo, nos lleva irremediablemente a la necesidad de conocer el propio dolor y sus afecciones; ese sufrimiento lleva a encontrarnos con nuestra propia historia y la de quien partió, y buscar respuestas que muchas veces tardan.

Quedarse en el propio dolor, olvidándose de la tristeza de los demás, es una elección personal que termina anclándonos en un viaje sin término y sumergiéndonos en un padecimiento interminable. Tras el golpe doloroso por la muerte de un ser querido es fundamental y necesario poner una fecha de término, recuperar fuerzas, reintegrarse a la vida, aprender a vivir en un nuevo contexto y con una nueva historia.

“Si vivimos, para el Señor vivimos, y si morimos, para el Señor morimos; por tanto, ya sea que vivamos o que muramos, del Señor somos” (Rm 14, 8)

Las pérdidas siempre son dolorosas, de la índole que sean, y cada uno recorre un itinerario de distintas dimensiones también, pero ¿cómo se desarrolla ese recorrido para el cristiano, hombre y mujer de fe? La fe juega un rol muy importante y un soporte imprescindible en ese peregrinar en busca del consuelo y la paz, así como todos los auxilios que nos da la participación en la vida eclesial con la oración, la palabra de Dios y los Sacramentos, con tal que la fe vaya purificando ese sufrimiento que antes parecía insuperable y dé paso a un nuevo itinerario de vida con mayor crecimiento, madurez y santidad.

P. Luis Neira R. ssp

Editorial San Pablo

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