La figura de Jesucristo como la encarnación de la Palabra de Dios es un tema central en el Nuevo Testamento. En Jn 1, 1 se proclama audazmente que "en el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios". Esta declaración identifica a Jesús como la Palabra eterna de Dios que se hace carne para habitar entre nosotros (Jn 1, 14).
Los evangelios sinópticos también resaltan la importancia de Jesús como la Palabra de Dios encarnada: En Mt 7, 28- 29 y Mc 1, 22 se enfatiza la sorpresa de la gente, “ya que Jesús enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas”. También en el evangelio de Mateo se nos presenta a Jesús explicando la Ley de Moisés y el Reino de Dios con discursos como el del Sermón del Monte; Mt 5-7 y las Parábolas del Reino en Mt 13.
En la Carta a los Hebreos se profundiza la noción de Jesús como Palabra. El autor afirma que Jesús es la plenitud de la Revelación de Dios Padre. En Hb 1, 1-2 dice: “Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los Profetas. En estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo”.
Esta comprensión de Jesús como la Palabra de Dios tiene profundas implicaciones para los creyentes. En Hb 4, 12 se nos dice que "la Palabra de Dios es viva y eficaz, más cortante que toda espada de dos filos; penetra hasta partir el alma y el espíritu, las articulaciones y la médula, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón". Jesús, como la encarnación misma de la Palabra de Dios, tiene el poder de transformar vidas y discernir los corazones de las personas.
En conclusión, Jesús es mucho más que un maestro o profeta; a través de sus palabras, sus acciones y su vida, nos revela plenamente el amor, la gracia y la verdad de Dios. Que podamos acercarnos a él con humildad, reconociendo su autoridad como la Palabra viva de Dios.
Luis Eduardo Breña Solano
Centro Bíblico San Pablo