La primera aparición de Juan el Bautista en las Sagradas Escrituras es a través del encuentro de la Virgen María con su prima Isabel; posteriormente será presentado como aquel que vino a dar testimonio de la luz, pero confirmando que él no era la Luz, sino un testigo de esa luz (Jn 1, 6-8)
Siendo "la voz que gritaba en el desierto", su predicación estaba marcada como una fuerte exhortación a la conversión, mediante el arrepentimiento y un cambio radical ante el pecado que estaba corrompiendo al pueblo en su totalidad. Para ello llamaba a la penitencia y a un bautismo de conversión ante la inminencia de la llegada del Mesías.
“El hacha está ya aplicada a la cepa del árbol: árbol que no produzca frutos buenos será cortado y arrojado al fuego” (Mt 8-10).
Juan el Bautista buscaba en todo momento la gloria de Dios, de modo que en su calidad de precursor impulsó a sus discípulos y seguidores a ir tras las huellas de Jesús “Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de Él” (Jn 3, 28).
Su vida transcurrió en la austeridad del desierto y desde allí desafió y enfrentó a los poderosos de su tiempo a riesgo de su propia vida. Su martirio no dejó indiferente a nadie, y el propio Jesús hizo la mejor semblanza del profeta del anuncio: “Les aseguro, de los nacidos de mujer no ha surgido aún alguien mayor que Juan el Bautista. Y, sin embargo, el último en el reino de Dios es mayor que él” (Mt 11, 11).
“conviene que él crezca y yo disminuya”
Juan el Bautista, como verdadero profeta, vive en sí mismo lo que pide a los demás, sacude las consciencias adormecidas de su tiempo y no se limita ante las amenazas y riesgos que toda predicación conlleva cuando es Dios quien impulsa a hablar desde la verdad.
El llamado de Juan se sostiene en un profundo sentido de humildad, allanando el terreno y disponiendo el camino para que Él crezca pues, si la salvación ha llegado con Cristo, es necesario salir a su encuentro.
P. Luis Neira R, ssp.
Editorial San Pablo