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La Conversión camino a la santidad

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25 Ene

La Conversión camino a la santidad

El Evangelio de hoy nos dice que debemos estar siempre convertidos. El primer pasaje que vemos en él es el de Juan Bautista a Jesús: en el momento en que Juan es arrestado y su voz es, en cierto modo, silenciada, Jesús entiende que es su momento de hablar, de pronunciar su palabra de vida y de esperanza para la humanidad.

Este es el movimiento que abre la vida; más aún, rescata el sentido de nuestra vida: salir del centro y pasar a las periferias. La valentía de ir a las periferias es un acto de conversión. El mundo nos anima constantemente a mirar al centro, a vivir desde el centro. El centro es poder, tener, consumir. El centro es un estrecho horizonte que nos impide ver mejor quiénes somos y cuál es nuestra misión, cuál es el sentido de nuestra vida.

Jesús nos reta a romper con la rutina, con el “siempre ha sido así”. Nos invita a tomar su mano y dejarnos llevar a nuevos lugares, a nuevas situaciones, donde redescubriremos el sentido de nuestra vida. En Jesús, Dios no solo se hizo hombre, sino que también se hizo '"margen". Todos tenían sus ojos en el centro.

Ampliar nuestra comprensión de nosotros mismos, de la vida y de nuestra misión depende de este movimiento: salir del centro e irse a los márgenes, que Jesús resume en estas palabras: "Arrepiéntanse que el Reino de los Cielos se ha acercado” (Mt 4, 17). Sólo es posible experimentar a Dios cuando nos convertimos, cuando cambiamos el rumbo de nuestra vida, de nuestras actitudes. El llamado bíblico a la conversión es siempre un llamado a nuestra libertad y a nuestra responsabilidad. Convertir significa entender que nada cambia si yo no decido cambiar. Por tanto, el cambio más duro y necesario es el interior, no el exterior.

Para mostrarnos cuánto cambio es posible y necesario, Jesús, caminando “junto al mar de Galilea” (Mt 4, 18) – por tanto, visitando las orillas, las periferias existenciales–, se encuentra con dos hermanos pescadores y los interpela: "Síganme y los haré pescadores de hombres” (Mt 4, 19). Aquí se produce un nuevo movimiento, un nuevo cambio: “Al instante, dejando sus redes, le siguieron” (Mt 4, 20). La primera palabra de Jesús a cada uno de nosotros, sus discípulos, es esta: “¡Sígueme!”.

El sentido de nuestra vida no es vivir para nosotros mismos, sino hacer de nuestra vida un servicio a la santidad, una causa para algo o alguien que necesita ser defendido, rescatado o salvado.

P. José Carlos de Freitas Júnior, SSP

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