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La Fiesta de la Presentación del Señor

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02 Feb

Este miércoles celebramos la Fiesta de la Presentación del Señor. Esta fiesta se desarrollaba en Jerusalén en el siglo IV. Con Justiniano, en el año 534, se volvió obligatoria en Constantinopla, y con el papa Sergio I, también en Occidente, con una procesión a la basílica de Santa María la Mayor que se celebraba en Roma. La bendición de las candelas (de donde proviene la denominación de «candelaria») se remonta al siglo X. Las luces o candelas que se instauraron en la celebración se deben al cántico de Simeón: luz para iluminar a las gentes y gloria de tu pueblo Israel (Lc 2, 32).

A partir del Concilio Vaticano II, la fiesta tomó un sentido más cristológico, pasándose a llamar la Fiesta de la Presentación del Señor. La lectura del evangelio de Lc 2, 22-40, se combinan dos rituales judíos, la purificación de la madre después de cuarenta días, Lv 12, 2-8 y la consagración del primogénito Ex 13, 1-2. Aunque no aparece en ninguna parte del Antiguo Testamento que el niño debiera ser presentado, Lucas quiere presentar a María como la nueva Ana, que va a presentar y consagrar a su hijo en el Templo, quien es superior a Samuel. Por su parte, María es presentada como una madre que cumple la Ley Mosaica, incluso más allá de lo que la Ley exige y Jesús es presentado como el consagrado de Dios, quien será el Templo de carne de Él, porque en Jesús habita la plenitud de Dios.

Simeón y Ana, a través de sus cánticos y alabanzas, representan la Antigua Alianza que saluda y da paso a la Nueva Alianza, que se cumple en Jesús, es el verdadero libertador y salvador de Israel y de todos los pueblos, quienes van a ser reconciliados con Dios.

Simeón, por su parte, entrelaza los sufrimientos de María con su Hijo, concretamente con su Misterio Pascual, para que, a través de ellos, los corazones de las personas se manifiesten en contra o a favor de Jesús y su obra de salvación. Que la fiesta de la Presentación sea motivo para acompañar a María en los sufrimientos del Pueblo que camina, para seguir dando testimonio de Cristo, el verdadero Templo de Dios.

Luis Breña

Centro Bíblico San Pablo

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