La reconciliación representada por la palabra griega "katallage" es un concepto que denota la restauración de una relación entre personas o grupos previamente enfrentados. La Biblia promueve activamente la reconciliación entre partes enemistadas (Mt. 5, 24; Lc 12, 58), incluyendo entre cónyuges (1Co 7, 11).
En la mayoría de los casos, la palabra "reconciliación" se refiere a una renovada relación entre Dios y la humanidad, lograda a través de la obra redentora de Jesús. Pablo enfatiza que Dios actúa, a través de Jesús, para llevar a cabo esta actividad reconciliadora. La reconciliación tiene un efecto inmediato: "la paz con Dios", estableciendo una conexión restaurada y armoniosa con el Creador. Este acto de reconciliación también se expande en términos cósmicos, implicando que el mundo entero ha sido reconciliado con Dios a través de Jesús, el Cristo.
La penitencia, entendida en su sentido bíblico, como confesar la maldad del corazón, representa un elemento vital para la salud, tanto física como espiritual, según la Biblia. Aunque no todo sufrimiento debe atribuirse directamente al pecado, se enfatiza que el pecado no confesado lleva a la angustia, enfermedad y diversos sufrimientos, mientras que la confesión del pecado es un aspecto crucial en la recepción de sanidad y restauración (Sal 32, 4–5; 38, 3; Pr 28, 13; Mi 6, 13; Hch 3, 19; 1 Cor 11, 28–32; Stg 5, 15–16).
El pecado es una enfermedad que deja a una persona sin fuerzas, una herida y una infección que supura, así lo afirma Sal 32, 3–4. Según la tradición bíblica, David escribió el Salmo 50 después de su adulterio con Betsabé y el asesinato de Urías. Él invoca la prescripción levítica para la purificación de un leproso (Lv 14, 4–9), como una forma de entender el perdón del pecado como una purificación o limpieza del alma (Sal 51, 4.9).
En primera carta de Juan, el pecado no confesado indica que uno todavía está vagando como un ciego en la oscuridad y no ha venido a la luz. También escribe: si tenemos un pecado no confesa-do, pero decimos que no pecamos, “nos engañamos a nosotros mismos, y la ver-dad no está en nosotros”. Pero “si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1Jn 1, 8–9).
Luis Breña
Centro Bíblico San Pablo