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Lo reconocieron al compartir el pan

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24 Abr

En tiempos en los que el soplo del Espíritu lleva a la Barca de Pedro por los caminos de la sinodalidad, la cercanía y el redescubrir la Palabra de Dios, colocándola en el centro de cada ministerio, de cada pastoral y de cada espiritualidad, el Evangelio del III Domingo de Pascua, que nos relata la aparición del Resucitado a los discípulos de Emaús, nos regala valiosos momentos y gestos para vivir nuestro discipulado misionero.

Jesús, el Maestro Divino, camina con los desalentados, con los que pretendían volver a sus casas “como si nada hubiera pasado”, luego del fracaso de la cruz aquel primer Viernes Santo. El Señor no los juzga, no los resondra inmediatamente, sino que se pone a caminar con ellos, a recordarles las Escrituras, hasta que, llevándolos a la mesa de los hermanos, parte el pan y ellos lo reconocen.

Siguiendo ese mismo ejemplo, Toribio de Mogrovejo, II Arzobispo de Lima, fue reflejo de Jesús Maestro y Pastor, caminando con su pueblo, con su vasto territorio arzobispal. Dan cuenta de ello los libros de sus visitas pastorales y los testigos en su proceso de canonización, los cuales relatan parte de las experiencias de los viajes, las peripecias y la alegría inmensa que tenían los fieles al recibir al padre Obispo, muchos territorios no habían visto nunca a un prelado de tan alta dignidad, ni lo verían por siglos. Si había veinte indígenas en un caserío, santo Toribio iba por ellos; si una viejecita precisaba de la unción, al Arzobispo no le atemorizaban las crecientes de los ríos; si había gente para bautizar, le era leve el dolor de costillas que le quedó luego de una caída. Así nuestro santo caminó con los hermanos, “callejeó la fe” y procuró para los suyos que a nadie le falte la instrucción en la Palabra de Dios.

Nos resulta grato imaginar con el corazón cómo el santo Arzobispo de Lima, sencillo y cercano, compartía el Pan de la Eucaristía con los fieles y cómo ellos, conforme a la insuperable hospitalidad del interior de nuestro país, le convidaban el pan cotidiano, y los frutos de nuestra tierra fértil.

Este año se han cumplido 50 años de la proclamación de santo Toribio como Patrono de los Obispos de América Latina, ¡Rezamos por todos nuestros pastores! Que el ejemplo de este gran santo los anime en su delicada labor, particularmente de la mano de los más débiles, de los más alejados, de los marginados, los desalentados y los pobres, por quienes el Señor se detuvo por Galilea, obrando milagros.

P. José Miguel Villaverde, SSP

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