Cuando estudiaba teología y llevaba el curso de Mariología me gustaba mucho profundizar la imagen de la Madre en medio de la Iglesia. Propiamente la reflexión eclesiológica postconciliar que luego de un vaivén de disertaciones abre un capítulo dedicado a presentar a María como: “Madre de la Iglesia”. Esto lo vemos en el capítulo VIII de la Constitución Dogmática Lumen Gentium del 21 de diciembre de 1964 promulgada por el papa Paulo VI.
El Concilio Vaticano II nos plantea dos cuestiones mariológicas de vital importancia para la reflexión de la Iglesia: 1. La maternidad divina en el misterio de Cristo, y 2. La maternidad divina en el misterio de la Iglesia. En ambos pun-tos se parte de un presupuesto básico: “la maternidad” de María. En primer lugar, se dice que Ella es Madre de la Iglesia porque engendra al Hijo, cabeza del Cuerpo de la Iglesia. Esta maternidad se comunica a la Iglesia en virtud de la unión estrecha que se da entre la Cabeza y sus miembros. En Segundo lugar, la maternidad de María en la Iglesia no merma su condición de miembro excelso del Cuerpo Místico de Cristo, sino que la enriquece, a la vez que decimos que no es un miembro más, sino primicia y prototipo de ella. En ambos casos la divina Maternidad de María es el fundamento de su especial relación con Cristo.
También me gusta mucho resaltar el talante eclesiológico-antropológico que los padres conciliares dan a María, presentándola como: «…signo de esperanza y de consuelo para el pueblo de Dios en marcha», donde se subraya significativamente que María es «imagen e inicio de la Iglesia que se ha de consumar en el siglo futuro», o lo que es: «María es la Iglesia realizada», y que todo lo que se diga de la Iglesia, se dice de María; y todo lo que se reflexione o diga de la Virgen María, se dice de la Iglesia. Esto llevó al Papa Pablo VI a proclamar a María como «Madre de la Iglesia».
María es madre nuestra y como tal, nos cuida y anima en nuestro día a día. Acudamos pues a Ella con la fragilidad de nuestra vida y digámosle como el canto: «…ven con nosotros a caminar, Santa María, ¡¡¡Ven!!!».
Lic. Efrain F. Espinoza Carrasco