Amoris Laetitia, en el capítulo 1, refiere a que en el centro de la mesa familiar está la pareja, signo visible del designio de Dios. Jesús remite al Génesis: “Dios los creó hombre y mujer” (Mt 19, 4), un eco del principio. La unión conyugal es el reflejo de una voluntad divina, no un invento cultural. Gn 1, 27 declara que el ser humano fue creado a imagen de Dios: varón y mujer. Esta imagen no apunta a que Dios tenga una pareja femenina divina, sino a comunión, reciprocidad y fecundidad.
La pareja es imagen de Dios por su capacidad de amar y crear vida. Así, el matrimonio se vuelve icono del Dios creador y Salvador. No se trata de esculturas de oro o piedra, sino de carne que ama, ríe, sufre y genera. En ese sentido, las genealogías bíblicas no sólo son listas largas que pueden resultar aburridas: narran la historia del amor fecundo en relación a la Historia de la Salvación.
El matrimonio fiel es sacramento, no porque dé puntos en el cielo, sino porque revela a Dios. San Juan Pablo II lo resumió con precisión: Dios no es soledad, es familia, Padre, Hijo y Espíritu: comunión perfecta que se refleja en el hogar humano. Y ese reflejo tiene rostro: tú y tu esposa, cuando aman y se donan mutuamente, san Pablo lo conecta con Cristo y la Iglesia: una entrega que salva (Ef 5, 25).
El matrimonio cristiano no es contrato: es misterio, misión y milagro cotidiano. En Génesis 2, Adán no encuentra consuelo en animales ni tareas, sólo en “una ayuda semejante”, ézer en hebreo; la mujer no es una asistente, sino una aliada frente a él, con quien pueda verse cara a cara. La palabra hebrea implica una relación directa de reciprocidad, igualdad, comunión; no competencia ni jerarquía, es el tú que responde a mi yo, y nosotros a Dios.
El amor nace del encuentro de los rostros, personas, no del cruce de datos, y de ese amor surge la familia: pequeña Iglesia doméstica, escuela de ternura.
“Una sola carne” es mucho más que sexo: es alianza, proyecto de vida, el hijo que nace lleva la carne de ambos y también su esperanza, su oración, su fe, así, los esposos viven juntos.
Luis Eduardo Breña Solano
SOBICAIN - Perú