Toribio Alfonso de Mogrovejo y Robledo, nació el 16 de noviembre de 1538 en Mayorga, España. Con estudios de derecho y teología en las Universidades de Coímbra (Portugal) y de Salamanca (España), en marzo de 1579 el papa Gregorio XIII lo nombró arzobispo de Lima, por lo cual, en septiembre de 1580 se embarcó con destino a su sede episcopal, junto a su hermana Grimanesa de Mogrovejo y su esposo Francisco Quiñones.
Llegó a Lima y tomó posesión como arzobispo el 12 de mayo de 1581 empezando una ardua labor de inmediato, buscando la animación espiritual de los fieles y ordenando las labores eclesiales que eran administradas por los virreyes, debido a la ausencia de arzobispo desde 1575 hasta entonces y que además había generado un clima de abusos, vicios y escándalos justificados en que “esa era la costumbre” por lo que el arzobispo Mogrovejo generalizó otra con mejor fundamento “Cristo es verdad y no costumbre” y ante al descontento de sus detractores también les regaló otra “Al único que es necesario siempre tener contento es a Nuestro Señor”.
Toribio de Mogrovejo no fue un pastor de escritorio, aún cuando le dedicó mucho tiempo al estudio y organización de su sede episcopal; fue así como entre 1582 y 1583 convocó y presidió el III Concilio Limense, en que se trataron temas de tanta importancia como la evangelización de los indígenas, la predicación en las lenguas nativas, la catequesis a los esclavos negros y la impresión del catecismo en castellano, quechua y aymara, lo que lo motivó a aprender las lenguas que le permitieran una fluida comunicación con sus fieles.
En la búsqueda de acercar la Iglesia a las comunidades más alejadas y la aplicación de las normas pastorales promulgadas en el Concilio Limense, en 1584 realizó un primer viaje desde Lima hasta Cajamarca, Chachapoyas y Moyobamba, misión que le llevó aproximadamente seis años. La geografía y el tiempo no eran un impedimento para llevar adelante su misión de pastor, así como las críticas por ausentarse tanto tiempo de la sede episcopal debido a las largas travesías por su extenso campo apostólico.
Con 55 años a cuestas y una salud que empezaba a decaer, inició su segundo viaje pastoral entre 1593 y 1597, generalmente solo y usando como medio de transporte lo que estuviera disponible, esta vez recorrió Ancash, Trujillo y Lambayeque. Junto con el conocimiento de la geografía de su jurisdicción, el obispo Mogrovejo tomaba nota de las condiciones sociales y religiosas de la gente de los diferentes lugares visitados, convirtiéndose así en la voz de los desposeídos, del indígena y los abandonados.
Su labor pastoral entre los pueblos indígenas tiene las características propias del buen pastor a quien las ovejas reconocen por su voz, que lo llevó a aprender y hablarles en su propia lengua como el quechua, guajivo, guajoya y el tuncha, además de desarrollar entre ellos una labor evangelizadora que no se limitaba sólo a la predicación y administración de los sacramentos, sino también abogar por mejores condiciones de vida y el respeto a sus derechos como ciudadanos de esta parte de Hispanoamérica.
Pero Toribio de Mogrovejo también tenía una mirada de estratega frente a la necesidad de comunicación y formación. Es así como gestionó la construcción de caminos, escuelas, varias capillas, hospitales, conventos, parroquias que aumentaron de 150 a más de 250 siempre orientadas a la evangelización, además de fundar en 1591 el Primer Seminario Conciliar no sólo de Lima sino de América para la formación de los sacerdotes del nuevo mundo y que en la actualidad lleva su nombre.
En su fidelidad a la Iglesia y mirando más allá de las propias fronteras y límites geográficos, siguió las orientaciones del Concilio de Trento y reunió a sacerdotes y obispos de América para promulgar leyes acerca de las relaciones de los fieles y la Iglesia. De igual manera, congregó trece sínodos diocesanos y tres concilios provinciales que abordaron entre otros temas el comportamiento de los católicos y cómo vivir la fe en una Iglesia inculturada en este nuevo continente.
Con una gran capacidad de trabajo y esfuerzo, a sus 67 años realizó su tercer viaje pastoral por Lima, Callao, Mala, San Vicente de Cañete, Chincha y Nazca, a pie o en precarios medios de transporte, casi siempre solo, soportando el frío o el calor, por la costa, sierra o selva, con salud o enfermo, visitando las comunidades y en muchas ocasiones las comunidades indígenas más distantes. En cada visita a las comunidades o mientras permanecía en su sede episcopal bautizó y confirmó a cerca de medio millón de fieles, entre ellos a santa Rosa de Lima, san Francisco Solano, san Juan Macías y san Martín de Porres, un ramillete de santos que dieron un sello evangelizador y misionero a esta Iglesia limeña.
A los 68 años durante su permanencia en Pacasmayo, Toribio de Mogrovejo cayó enfermo, lo que no aminoró su dedicación a la misión encomendada, sin embargo, su salud siguió decayendo al punto de trasladarse a Santiago de Miraflores de Zaña, en la provincia de Chiclayo de la Región Lambayeque, donde llegó casi agonizante. Luego de escribir su testamento espiritual para sus fieles a quienes tanto amó y dedicó hasta sus últimos esfuerzos, entregó su alma el jueves 23 de marzo de 1606, a las 3:30 de la tarde en el Convento de San Agustín que lo había acogido.
Su proceso de elevación a los altares se inició al poco tiempo posterior a su muerte, de modo que el 28 de junio de 1679 fue beatificado por el papa Inocencio XI y canonizado por el papa Benedicto XIII el 10 de diciembre de 1726. Sus reliquias son veneradas en la Catedral de Lima por muchos fieles y turistas y su festividad se celebra el 27 de abril.
Santo Toribio de Mogrovejo es patrono de la Arquidiócesis de Lima; patrono de Mayorga, su ciudad natal; patrono de la Universidad Católica Santo Toribio de Mogrovejo, en la ciudad de Chiclayo; patrono de la Hermandad de Santo Toribio de Mogrovejo, del distrito del Rímac, en Lima; y en 1983 el papa san Juan Pablo II lo proclamó patrono del Episcopado Hispanoamericano.
P. Luis Neira R, ssp.
Editorial San Pablo