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    Los sacerdotes a imagen del Santo Cura de Ars

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    04 Ago

    INTRODUCCIÓN

    Escribir una reflexión sobre el perfil o cualquier faceta de san Juan María Vianney, conocido popularmente como el santo cura de Ars, puede resultar complicado o fácil, según el cristal con que se mire. Complicado porque tanto en tiempos actuales como ya durante su vida se ha escrito y hablado largo y tendido sobre él y resulta muy difícil presentar algún matiz de su personalidad atrayente y novedoso para los lectores que no se haya analizado previamente pero, por otra parte, relativamente fácil y hasta apasionante porque son tantas las virtudes y actitudes positivas que ejerció en su vida que, solamente fijándonos en esos aspectos, puede ser válido ofrecer el intento como modelo y testimonio para los sacerdotes en la actualidad e, incluso, para todos los cristianos que quieran seguir con cierta radicalidad el evangelio de Jesús de Nazareth.

    A raíz de lo expuesto, una de las preguntas prioritarias que pueden surgir a partir de las enseñanzas que nos legó en vida san Juan María Vianney a los sacerdotes puede ser: ¿Qué actitudes podemos rescatar de su rica espiritualidad y que, desde una visión teológica actualizada, puede servirnos para impulsar y fortalecer nuestra vida sacerdotal? Esta inquietud es la que trataremos de desarrollar en esta breve presentación en la que me centro en san Juan Mará Vianney como testimonio y espejo para los sacerdotes en la actualidad.

    CARACTERÍSTICAS

    Algunos rasgos característicos del perfil humano y espiritual de san Juan María Vianney que sirven de ejemplo para los sacerdotes

    • La identificación con Jesucristo

    El sacerdote está llamado a vivir en una profunda comunión interior con Cristo. Debe creer, acoger y tratar de vivir lo que el Señor ha enseñado y la Iglesia ha transmitido en el itinerario de identificación con el propio Jesucristo. La fuente de inspiración del sacerdote será siempre la mirada profunda y receptiva del Evangelio. Todos los medios a utilizar por el sacerdote para esa identificación con Jesucristo serán muy necesarios en la motivación, renovación y fortalecimiento de su vocación: lectura continua y profunda de la Palabra de Dios, perseverancia en la oración, atención a los signos de los tiempos, disponibilidad para el servicio desde el fomento de la caridad y la ayuda sobre todo a los más necesitados, celebración de los sacramentos propios según sus funciones y atribuciones…

    • La fidelidad

    Esta actitud debe ser una constante en la vida sacerdotal. Una fidelidad a Jesucristo, a la Iglesia, al propio carisma. Este debe ser nuestro punto de partida, la inspiración y compromiso permanente tanto en la elaboración como en la ejecución y evaluación de nuestras tareas pastorales y estilo de vida que proyectamos en nuestro ser y hacer misionero. Si analizamos la vida del santo Cura de Ars destacaremos en este sentido la tenacidad, constancia, fidelidad que le llevó a no desanimarse nunca de las duras situaciones de indiferencia, incomprensión y rechazo por las que debió atravesar y siempre sostenido por la fuerza vivificante del Espíritu de Dios a quien invocaba frecuentemente.

    Los últimos documentos eclesiales no se cansan de insistir en la importancia de la fidelidad creativa para dar sentido y motivación a nuestra vocación misionera. La vocación sacerdotal es un compromiso radical que hemos hecho y necesitamos una fuerte voluntad para cumplirlo y una espiritualidad que alimente y profundice esa misma convicción. La gracia de la fidelidad es un don de Dios desde la intercesión mediadora de Jesucristo, misionero del Padre, que debe alimentar nuestra vida de fe y nuestro proyecto apostólico.

    La fidelidad no consiste en una perseverancia pasiva sino en un estímulo para vivir en perfección y renovación superando la tentación de la rutina, la tibieza, la instalación, la comodidad y tender hacia el don, la gracia, la tarea, el compromiso, la repuesta a las necesidades de la Iglesia en el ambiente donde nos desenvolvemos en el ejercicio pastoral. Adoptar actitudes que surgen a partir de una lectura exigente de los signos de los tiempos y la audacia para interpretarlos y asumirlos deberá estar siempre presente en nuestra respuesta misionera.

    • El celo apostólico

    Entre las muchas cualidades y virtudes que san Juan María Vianney practicó en su vida sacerdotal destaca el compromiso apostólico en la parroquia de Ars, un pueblo de alrededor de 200 habitantes en aquel tiempo. Corrían tiempos difíciles en Francia por la influencia de las ideas anticlericales y secularizantes de la Revolución Francesa, si bien en los pueblos y aldeas tuvo menos repercusión. Los 41 años que san Juan María Vianney ejerció su ministerio sacerdotal como párroco en este pueblo trabajó a “tiempo y a destiempo” por la salvación de las almas. Dedicó especialmente el tiempo a la confesión, pero no descuidó tampoco la celebración del resto de los sacramentos, la formación catequética, la asistencia a los ancianos y la práctica de la caridad con los necesitados. Su propia coherencia de vida, su testimonio era su mejor estrategia de apostolado. No dotado de grandes cualidades de orador según las costumbres de la época heredadas de tiempos anteriores, destacó por su cercanía con las personas, su acompañamiento personal afable y bondadoso y sus frases directas que otorgaban seguridad y serenidad a los feligreses, la mayoría campesinos. Fue tal la fama de santo que adquirió ya en vida que se calcula, según estadísticas fiables, que visitaban el pueblo de Ars de diversos lugares de Francia para confesarse o acudir a sus Eucaristías alrededor de 100.000 personas al año.

    • La oración

    Ya podemos imaginar que para el santo que hacemos referencia la oración era el alimento espiritual y la fuerza que sostenía su vocación, su fe y su celo apostólico. Dedicaba mucho tiempo y era muy perseverante en su relación con Dios. Su forma de orar era sencilla, sin artilugios complicados ni jaculatorias preestablecidas, mostrándose con capacidad de escucha, de “improvisación” y de confianza hacia su Señor. Dependía de su estado de ánimo y de sus necesidades para que se mostrara en acción de gracias, alabanza, petición o intercesión ante Dios. Inculcaba a sus fieles con verdadera motivación la necesidad de orar al estilo de Jesucristo. Les indicaba “cómo sin la oración nos es imposible salvarnos; cómo la oración lo puede todo delante de Dios; qué cualidades ha de reunir la oración para ser agradable a Dios y meritoria para el que la hace”. Son muy conocidas sus frases que hacen referencia a la oración: “Ora todo el tiempo y en todo lugar; de noche o de día, cuando trabajas duro o en el descanso, en el campo, o en casa, o cuando viajas”. “La oración hace que el tiempo parezca pasar rápidamente, y tan gratamente, que uno no se da cuenta de cuánto tiempo pasó en ese santo ejercicio”.

    • La humildad y la mansedumbre

    En san Juan María Vianney, la humildad es reconocer nuestra condición de criaturas y de redimidos y admitir que ambas cosas son dones de Dios. Nuestra relación con Dios es de total dependencia, “En Él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17). No hay nada que no hayamos recibido de su infinita benevolencia. Lo que somos, lo que hacemos, lo que poseemos, viene del Señor.

    Dependemos también de los demás en gran manera. La persona humilde reconoce la interdependencia a la vez como un signo de sus limitaciones y como una fuente de enriquecimiento y esa forma de pensar y de proceder desemboca en un espíritu de corresponsabilidad y de servicio. Necesitamos a los demás y no podemos vivir sin ellos. Caminamos hacia el Reino en solidaridad con ellos. La humildad es gratitud por los dones. Si hemos recibido todo debemos sentirnos agradecidos. Dar gracias debe ser un gesto continuo en nuestra vida. La humildad implica una actitud de servicio. “El que quiera ser primero, hágase el último de todos y el siervo de todos” (Mc 9,35). Con Jesús somos llamados no a ser servidos sino a servir. Hoy se intenta la colegialidad y el diálogo. La humildad supone aceptar las opiniones de los demás. Ello implica mantener la unidad dentro de la diversidad, sentido de transigencia y valorar las opiniones de los demás.

    La mansedumbre supone la capacidad de controlar el genio, la ira, la violencia interior de una manera positiva. El genio es una energía natural y proviene de estados de ánimo ante situaciones especiales. Si no lo manejamos adecuadamente y con calma podemos sentirnos permanentemente malhumorados, disconformes con nosotros mismos y todo esto repercute seriamente en nuestras relaciones con los demás. Si se le reprime puede producir estado de depresión, de angustia interior. Si la utilizamos adecuadamente puede ser una fuerza interior que nos rebele ante situaciones injustas o que nos lleve a un afán de superación y de creatividad. El santo cura de Ars, atestiguan los biógrafos, era amable, condescendiente, sereno. No actuaba impulsivamente, sino que dominaba el carácter y el ritmo de la vida. La mansedumbre implica también apertura a los demás, amabilidad. La amabilidad conlleva aceptación, tolerancia, paciencia, manteniendo en el cambio las pausas y los ritmos de los tiempos sin llegar a una resignación pasiva. La mansedumbre incluye la capacidad de sufrir las ofensas con espíritu de perdón y con valentía. El perdón no es aceptación del mal ni transigencia, pero sí es superación del odio y del rencor. La mansedumbre implica aceptar las correcciones con humildad entendiendo que son para beneficio de la persona. Deberemos tener capacidad de diálogo, sinceridad y apertura. En esta forma de actuar se inspiró en san Francisco de Sales.

    CONCLUSIÓN

    Pretender resumir el testimonio de san Juan María Vianney en un breve espacio resulta complicado ya que quedan muchos aspectos de su rica personalidad espiritual en el tintero. Resultaría también imprescindible, por ejemplo, al hablar de sus actitudes, el amor y veneración a la Eucaristía y a la Virgen María que envuelven, como eje transversal, la vida de nuestro gran santo. Lamentablemente no nos podemos extender más. Sirva la conclusión como un epílogo a estas dos fuentes de donde emanaba toda su fe y vocación sacerdotal al servicio de su feligresía. Que su testimonio nos ayude a seguir a Jesucristo con su misma radicalidad y así profundizar cada vez más en nuestro sentido de identidad, pertenencia y compromiso en la Iglesia para ser luz y camino en el mundo en que vivimos.

    P. Pedro Guillén Goñi, CM

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