La vida de santa María Magdalena está signada por una profunda entrega al amor de Cristo, que es el amor de Dios. El Evangelio nos la presenta como una de aquellas mujeres que seguían y servían a Jesús; este compromiso con Cristo se manifiesta desde que ella fuera sanada de “siete demonios” como lo manifiesta san Lucas en su Evangelio. Igualmente, santa María Magdalena es testigo y partícipe de los momentos cumbres del ministerio y obra de redención del Señor: ella está presente al pie de la cruz en el drama del Calvario, junto a su maestro sufriente y a la madre dolorosa y al discípulo más amado. Ella está valiente junto a su maestro en el momento de la prueba, cuando los otros discípulos se hallaban ocultos y temerosos por sus vidas. Por este compromiso inquebrantable, santa María Magdalena fue premiada por el mismo Cristo en ser la primera testigo pública de su resurrección y enviada para ser la anunciadora de esta buena nueva, como se lee en el Evangelio de san Juan: “...vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre, que es Padre de ustedes; a mi Dios, que es Dios de ustedes”
La tradición de la Iglesia la hace viajar luego de la Ascensión del Señor al sur de Francia, huyendo de la primera persecución, donde vivió muchos años retirada en oración y contemplación, por ello es el ejemplo y primicia de las mujeres de vida consagrada; y por haber sido la anunciadora de la resurrección de Cristo, proclamadora de la buena nueva, la orden dominica la toma por co-patrona junto con santa Catalina de Alejandría. El mismo santo Domingo la llamaba “la predicadora de los predicadores”.
Su personalidad fue muchos años confundida con otras mujeres descritas en el Evangelio, especialmente con aquella “mujer pecadora” a quien Cristo salvó la vida en el episodio de la mujer adúltera, confusión que ha sido aclarada, pues el evangelista que narra este episodio nunca da nombre alguno a dicha mujer.
Eduardo Vásquez Relyz
Historiador