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Conversión de San Pablo

26 Ene

Cuando hablamos de conversión podemos decir que es un proceso para ir dejando moldearse, transformarse, cambiar, volver a empezar, a redirigir la propia vida hacia un crecimiento espiritual que se va adquiriendo como proceso del conocer con el corazón, la mente, la voluntad y el ser en el espíritu de cada uno.

Saulo de Tarso, un judío de valores sólidos, de carácter firme y de fe profunda en el Dios verdadero, seguidor celoso de la tradición y de la escuela de Gamaliel, cumple y hace cumplir la ley de los padres. Así se vuelve perseguidor de los que seguían el camino del Señor es decir, de los cristianos. Es aquí, en las persecuciones, donde Saulo ve y conoce de cerca el testimonio de los primeros cristianos que gustosos recibían los castigos por Cristo. Pero esta realidad aumentaba el celo de Saulo por las persecuciones y al mismo tiempo comienza a conocer el camino del Señor, hace su proceso interior, se acerca, escucha, siente la presencia de Jesús en su propia realidad de perseguidor de los hermanos creyentes en Cristo. Y es así, al recorrer el camino hacia Damasco que Saulo escucha al Señor, se encuentra con Jesús y pregunta: ¿quién eres, Señor? Y vuelve a preguntar: ¿Qué debo hacer? La respuesta de Jesús es completamente sencilla y clara: “Levántate” y entra en el camino. Pablo pone su ser y su corazón a disposición de Jesús, le da espacio en su vida al Dios con nosotros. Comienza a caminar detrás de Jesús aprendiendo de él, conociéndolo cada día más, viéndolo en los hermanos y entregándose a la gracia de Dios por amor.

En esta nueva realidad Pablo nunca dejó de ser como era, al contrario, se potencia, crece como hombre nuevo, pero con seguridad y convicción de que Jesús era su Señor, Hijo de Dios vivo. Pablo aprende del amor que vive en su interior por Cristo y en Cristo pide a sus comunidades desde el inicio de su nueva misión: “Tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo el Señor” (Flp 2, 5).

Hoy, más que nunca, estamos llamados a vivir nuestro encuentro con Jesús desde nuestro ser, con tus dones, errores, pecados y lejanías de los hermanos. Solo hay que dejarse moldear y abrazar por Jesús, escuchándolo. Al igual que Pablo, todos tenemos un Damasco para hacer la voluntad del Señor en nuestras vidas y preguntarnos como él: ¿Qué debo hacer? Para que después que recorramos el camino, podamos decir como Pablo: “Y ahora no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gá 2, 20).

Y tú, ¿escuchas la voz de Jesús que te habla en el hermano que sufre, en el que está solo, dolido, abandonado y necesitado de ti?

P. Ricardo González Vílchez SSP.

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