Cuando iniciamos un ejercicio físico, lo más normal es que el cuerpo nos duela y se nos acalambre un poco, como consecuencia del estiramiento que sufre cada músculo. Por otra parte, sabemos que el corazón es un órgano musculado y que todo músculo necesita de ejercicio para mantenerse activo y fortalecerse, de modo que la frase “María guardaba todas estas cosas en su corazón” (Lc 2, 51), nos habla del intenso entrenamiento que Dios Padre tuvo con María, pues debió vigorizarlo y ensancharlo para que en el cupiese, no solo su Hijo amado sino la humanidad entera. Según cuenta santa Brígida, los dolores de María fueron varios donde estuvo unida a Jesús de un modo particular y único. Estas vivencias le permitieron compartir la profundidad del dolor de su Hijo, y el amor de su sacrificio por la humanidad.
El llamado a comprender la grandeza del corazón materno de nuestra amada Madre fue iniciado por san Juan Eudes, quien promovió el culto a los corazones de Jesús y María para los hijos de la Congregación que fundó. Después de este primer hito, se inició un largo proceso, para hacer oficial la conmemoración, que culminó en la proclamación oficial de la fiesta el 4 de mayo de 1944. Desde esta fecha, se nos presenta a María como el prototipo de cómo debemos dilatar nuestro corazón para acoger a Jesús. María con la meditación de todo lo que le pasaba y con el seguimiento a su hijo Jesús, nutrió y dilató su corazón con la Palabra, la hizo vida y es ahora un ejemplo y un camino; pues, como afirma san Luis María Grignon de Monfort: “a quien Dios quiere hacer muy santo, lo hace muy devoto de la Virgen María”.
Ahora nos toca a nosotros pedir a Dios que dilate nuestros corazones y nos ayude a ser cada día más dispuestos a acoger su Palabra a imagen de María, quien se nutrió de ella y la hizo vida hasta las últimas consecuencias. Que la Virgen nos acoja en su Corazón Inmaculado y nos bendiga.
Javier Gómez Graterol
Diácono Paulino