Noviembre nos invita a levantar la mirada hacia el cielo sin despegar los pies de la tierra. Las celebraciones de Todos los Santos (1/11), la Conmemoración de los Fieles Difuntos (2/11), la Solemnidad de Cristo Rey (23/11) y el Primer Domingo de Adviento (30/11) nos recuerdan, cada una a su modo, que nuestra verdadera patria es el Cielo, y que el Señor viene con un reinado de paz, caridad y plenitud.
En este marco espiritual, celebrar a todos los santos —especialmente a los no canonizados y a quienes están en camino de ser reconocidos para la veneración— nos recuerda que Dios sigue bendiciendo a las naciones suscitando, en el momento oportuno, hombres y mujeres que abrazan el Evangelio y viven en profunda amistad con Jesús, y por Él, con toda la humanidad.
El Perú no ha sido la excepción. Nuestro país cuenta con un valioso elenco de santos y beatos, así como numerosos siervos de Dios cuyas vidas siguen hablando con fuerza al corazón de nuestro tiempo. Entre los venerables, destacan nombres como Teresa Candamo, Pedro Urraca, Francisco Camacho, Rafaela de la Pasión Veintemilla, Martín Elorza, Octavio Ortiz y Alonso Barzana, todos ellos a la espera del milagro que permita su beatificación.
La lista de siervos de Dios es aún más extensa. Resaltan figuras como el padre Francisco del Castillo, Nicolás Ayllón, Luisa la Torre, Melchorita Saravia, entre otros. Merecen especial mención el ardor misionero de José Luis Álvarez (Apaktone) y Luigi Bolla, quienes vivieron insertos en las realidades periféricas de la Amazonía peruana. También está pendiente la declaración de martirio del agustino fray Diego Ortiz, quien, por orden cronológico, sería el primer mártir del Perú (1571).
Es precisamente en los contextos de dolor, injusticia, caos y pobreza —material y moral— donde los hombres y mujeres de Dios hacen brillar la santidad que han recibido. En nuestra historia peruana, estos “hermanos mayores en la fe” han atravesado épocas de posguerra, hostilidad hacia la evangelización, escasez de sacerdotes, discriminación y opresión. Cada uno respondió con generosidad a lo que Dios le pedía, permaneciendo siempre cercanos al prójimo, especialmente al pobre.
El Papa León XIV, en su primera Exhortación Apostólica Dilexi te (enlace al producto), ofrece luces para que la Iglesia viva una renovada opción por los pobres. En ella, hace un recorrido histórico por los santos que, en distintas épocas y circunstancias, se hicieron cargo de la carne sufriente de Cristo reflejada en los necesitados. Enseña:
“En el rostro herido de los pobres encontramos impreso el sufrimiento de los inocentes y, por tanto, el mismo sufrimiento de Cristo” (Dilexi te, 9).
Y añade con fuerza:
“La santidad cristiana florece, con frecuencia, en los lugares más olvidados y heridos de la humanidad” (Dilexi te, 76).
Que el testimonio de nuestros peruanos ilustres y de tantos santos “anónimos” nos siga animando a construir la Patria y nuestras comunidades cristianas con renovada esperanza, amando con mayor predilección —a ejemplo de Cristo Rey— a los más frágiles y necesitados.
P. José Miguel Villaverde, SSP