Saulo de Tarso, como fariseo fue educado en el judaísmo más estricto al alero del gran doctor Gamaliel; los Hechos de los Apóstoles lo presentan persiguiendo a la Iglesia naciente y siendo testigo de la lapidación de Esteban en el año 36. Después de su conversión ya no vivió más que para predicar a Cristo y para sufrir con Él; su destino será seguir a Aquel que le salió al encuentro en el camino a Damasco: “Yo soy Jesús, a quien tu persigues”.
“De la misma manera que Dios hizo de Pedro el apóstol de los judíos, hizo también de mí el apóstol de los paganos” (Gá 2, 8)
En su nueva vida de converso, el apóstol sintió que el Señor lo enviaba a darlo a conocer entre los gentiles en una misión sin fronteras, con una predicación abierta a todos los hombres, culturas y pueblos, a todos los creyentes en Dios; con una predicación que se abría a una nueva cristiandad marcada por el anuncio de la universalidad del Reino de Dios.
La esencia de su misión fue que el Hijo del Hombre había venido para todos los hombres, llamados igualmente a pertenecer al nuevo Pueblo de Dios, tanto los que venían de la circuncisión como los incircuncisos; comprender que, si la salvación era para todos los hombres entonces en Cristo no hay ni judíos ni gentiles, sino hermanos.
“Demostramos ser benignos entre ustedes, como una madre que cría con ternura a sus propios hijos” (1Ts 2, 7)
San Pablo fue consciente de haber sido elegido para llevar lejos el nombre de Cristo y sus cartas a las comunidades y a sus compañeros de misión, escritas en los últimos años de su ministerio, son el testimonio más ardiente de su amor por el Evangelio y por esas comunidades que amaba entrañablemente hasta dar la vida por ellas.
P. Luis Neira R, ssp
Editorial San Pablo