20 mayo 2021 al 31 julio 2022
Estamos haciendo memoria agradecida de una experiencia fundamental que marcó para siempre la vida de Ignacio de Loyola: la herida en Pamplona que sucedió el 20 de mayo de 1521 y a causa de ella fue trasladado a su casa familiar en Loyola para un tiempo de convalecencia y recuperar la salud. Ese fue el inicio de su proceso de conversión. A partir del 20 de mayo 2021, día en el que, hace 500 años, san Ignacio sufrió la herida de una bala de cañón mientras defendía Pamplona, la Compañía de Jesús ha iniciado la celebración del Año Ignaciano que concluirá el 31 de julio del 2022. La celebración central será el 12 de marzo de 1522, IV Centenario de la canonización de san Ignacio de Loyola junto con san Francisco Javier, santa Teresa de Jesús, san Isidro Labrador y san Felipe Neri. San Ignacio no es el centro de este Año Ignaciano, sino Jesucristo pobre y humilde que debe ser y estar siempre en el centro de nuestra vida, nuestro principal fundamento.
El P. General Arturo Sosa desea y nos invita a que este año ignaciano sea una llamada a vivir un tiempo profundo de renovación espiritual y conversión personal e institucional y mejorar nuestra agilidad y disponibilidad apostólica para la misión. Ello supone e implica una conversión para cada uno de nosotros, nuestras comunidades y nuestras instituciones u obras apostólicas y vivir nuestra vocación con mayor radicalidad evangélica, apostólica e ignaciana en el servicio a los más pobres, descartados y excluidos poniendo en práctica las “Preferencias Apostólicas Universales” 2019 – 2029. El lema es: “Ver nuevas todas las cosas en Cristo”.
Ignacio fue siempre peregrino en búsqueda de la voluntad de Dios, le gustaba llamarse así, y nos dejó testimonio ejemplar de peregrinar siempre, no sólo yendo de un lugar geográfico a otro, sino sobre todo a peregrinar interiormente, y dejarnos transformar por la gracia de Dios. Ignacio nos enseñó a que seamos compañeros de Jesús y amigos de los pobres. Nos pide el P. General que el año ignaciano 2021- sea “ocasión privilegia[1]da para escuchar el grito de los pobres, de los excluidos, a quienes su dignidad ha sido irrespetada, en los diversos con[1]textos sociales y culturales en los que vivimos y trabajamos. Una escucha que moverá nuestros corazones y podrá impulsarnos a una mayor cercanía a los pobres, a caminar con ellos en busca de la justicia y la reconciliación”.
P. Benjamín Crespo, S.J